El alcalde Caballero no desea saber que está gobernando en minoría ni tiene interés alguno por analizar con frialdad y pragmatismo los resultados ofrecidos en Vigo por las elecciones generales del pasado día 20. Reñido con cualquier ejercicio de autocrítica y patinando sobre una ola gigante que le transporta por el aire rumbo a ninguna parte, los cálculos apenas coinciden con la realidad vigente y sus reflexiones ya están fuera de cualquier orbita. Por eso ha apelado a la posibilidad que le otorga una dudosa Ley de las Grande Ciudades que le permite colar de matute una acción inexplicable y arbitraria sin necesidad de que sea sometida a la fiscalización de un pleno. Como sabe que la ampliación del contrato con Aqualia no pasaría de ningún modo el corte, ha apelado a la mencionada ley. Utilizándola de este modo perverso lo único que ha conseguido es encanallarla.
Pero este bochornoso ejercicio de autoridad mal entendía utilizada como herramienta para cultivar su propia e insoportable fatuidad no es más que el último eslabón por el momento de un rosario de acciones inaceptables que habrá de terminar forzosamente como el de la aurora, es decir, muy mal. Caballero no ha acabado de comprender lo que significa gobernar en minoría y está forzando la máquina en sus relaciones con el BNG hasta los límites más extremos sin querer reflexionar sobre las condiciones a la que se está conduciéndolas en función de su petulancia y su soberbia. El resultado por ahora es una aparente y amarga comprensión por la parte nacionalista que no se atreve a dar el paso definitivo por el que cortar amarras y le mande a paseo. Pero el alcalde está jugando con fuego y terminará obligando a los dos concejales del Bloque a pinchar el balón y llevárselo a su casa.
Acciones como esta mendacidad de Aqualia por las que se prorroga un contrato que encarece el agua de los vigueses a cambio de dinero para glorificar su figura de líder en cada loseta de la ciudad muestra quién es el que en realidad nos gobierna.
