Opinión

La jornada que pasa factura

Vigo no ha sido esta vez una excepción y también se ha sumado al sentir general que predica un cambio. Por lo tanto, y orillando el paréntesis de unas elecciones municipales cuyo íntimo contenido no resulta ni fácil ni satisfactorio desentrañar, ha votado como lo ha hecho la mayoría, superando a una candidatura socialista muy vareada en diecisiete mil votos más. La ciudad más grande de Galicia, la mayor ciudad española que no es capital de provincia y la urbe atlántica asaeteada por una crisis industrial y social a la que hay que poner freno como sea, ha practicado la misma elección pragmática que se ha producido en la mayor parte del resto de las demarcaciones del país y le ha dado el voto con carácter masivo a la representación popular.

Pero es muy probable que esa superioridad del PP no sea precisamente la noticia más destacada de un día sereno y sin accidentes que reseñar para mayor fortuna, sino el fracaso que cosecha el PSOE y del que su personaje más damnificado no es otros que el propio alcalde. Caballero lo fió todo a su apuesta propia y personal, enfrentándose con todos para imponer la presencia como cabeza de lista por la provincia a Carmela Silva. Nada le importó enfrentarse a una sombría ruptura con su propio partido ni para él adquirió trascendencia alguna quebrar su propio partido en aras de un empeño personal que se ha manifestado inútil. Carmela Silva ha perdido un escaño en su provincia y ha sido superada ampliamente en Vigo –por primera vez el PP obtiene el triunfo en todos los ayuntamientos de Pontevedra- y perdiendo por tanto plazas emblemáticas a las que su presencia no ha convencido.

A pesar de un intento desesperado de maquillaje, esta derrota tiene un grave coste político y pasará factura. En todo caso, lo primero que hay que saber es por cuál de las dos opciones se decanta Silva. Si por quedarse en el Ayuntamiento o dedicarse al Congreso. Por las dos va a ser posiblemente imposible.

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