Opinión

EL COCHINO JABALÍ

Además de ciertas sustancias alucinógenas que están en el subconsciente colectivo a lo largo de muchas y muy continuadas generaciones, el enemigo público número uno de la música pop ha sido desde siempre la carretera, donde las vidas de tantos adolescentes que son los ríos han ido a dar al mar que es el morir como con un gran acierto y lúgubre acento advirtió en su día Jorge Manrique. La carretera se ha tragado cantantes buenos y menos buenos, de lo mejor y del montón, porque en ese escenario de asfalto en el que discurre una parte muy considerable e intensa de la vida del músico, apenas existe posibilidad de discernir y la tragedia que se agazapa en las cunetas no hace distingos ni selecciona a quién se lleva en los treinta y pocos, la edad en la que han ido cayendo los grandes del rock and roll, qué desgracia oiga, en la flor de la vida.

Los políticos van, o eso al menos sugiere sus ámbitos de supervivencia a la acción de los asfaltos, mejor cumplido en su permanente relación con la carretera cuando toca mover la caravana electoral, pero ya Don Manuel se estampó en su día contra una piara de cochinos jabalíes furiosos y probablemente de clara ideología socialista, y ha repetido suerte Alberto Núñez tropezando contra dos de esos puercos hirsutos y feroces a los que Obelix hubiera hecho justicia allí mismo, en mitad de los montes cercanos a Lalín, si hubiera acompañado en el coche al presidente, inmerso como está en el vértigo de campaña.

El momento no da para lamentaciones, Feijóo se dio de bruces contra estos bárbaros animales que no atienden a razones, pero el deber es el deber y el presidente se atizó unas friegas con loción que todo lo cura, se comió un par de antiinflamatorios y a seguir camino al andar que el calendario de mítines no puede interrumpirse por un jabalí cualquiera. De Verín a Lalín y de allí a Lugo. “Vivo en la carretera, dentro de un autobús, vivo en la carretera siempre mirando al sur”. Cuánta razón hay en Miguel Ríos.

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