Opinión

Canto a la soledad

Hay ya muy poco que decir sobre un alcalde que se ha sumergido en solitario y por propia iniciativa en una espiral de locura continuada que adquiere aspectos cada vez más graves a cada jornada que transcurre. Abel Caballero, embarcado en un caótico carrusel al que él mismo no desea poner un final porque si determinará el tono y la medida de su conclusión acabaría por traicionarse a si mismo, romper el ensalmo y retroceder al perro mundo de la realidad en la que ha decidido no habitar, está simplemente solo. Se trata no de una soledad querida sino de una soledad forzada aunque indeseable que le ha colocado en plano insostenible en el que únicamente el absurdo respaldo de su núcleo más cercano -el que vive de su mandato y le debe la estabilidad a costa de mucho penoso sacrificio- le mantiene. Dentro de su partido hay muchos cuchillos desenvainados en la oscuridad para darle matarile y ese aliento en el cogote lo siente con especial insistencia en la ciudad a la que pertenece y que cada vez se le muestra más desafecta.

Caballero ha destrozado por soberbia y petulancia una buena opción como era la Mancomunidad. Baiona y Nigrán ya se han ido, y Porriño y Mos se marcharán indefectiblemente muy poco después, dejando Vigo en soledad que es el estado natural buscado por su máximo gestor en un delirante camino a ninguna parte en el que ya no le queda ni un triste aliado. La prueba más evidente de que así es se ha representado en el curso de una sesión del pleno realmente histórica en la que no se ha permitido al alcalde la declaración de urgencia para llevar a cabo un trámite determinado por una sentencia de corte urbanístico. Es el aspecto más seco y desagradable de gobernar en minoría, algo que Caballero aún no se ha metido en la cabeza. Allá él y sus cálculos.

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