Opinión

Aquel PSOE cuyas siglas sobreviven

Perdón, de antemano, por hablar de mi libro. El lector verá inmediatamente que no es afán propagandístico, porque aquel volumen, que salió a la calle hace exactamente un año, el 11 de septiembre, está ya por completo obsoleto. Sí, porque hablaba de las etapas del PSOE en el poder, la de González, Zapatero y Sánchez. Y aquel PSOE que yo historiaba es hoy por completo otro diferente, imprevisible, anegado por circunstancias insondables. Solamente en el último mes y medio, tras las elecciones, podría decirse que el Estado, con el partido que lo gobierna al frente, ha dado la vuelta como un calcetín. Y ahora nos enfrentamos a una auténtica revolución legal... o a una contrarrevolución, cómo saberlo si, como parece, ni el propio Pedro Sánchez lo sabe.

El PSOE (1879, Pablo Iglesias Posse), el partido más antiguo y quizá aún el mejor organizado de España, ha sobrevivido, desde Indalecio Prieto y Largo Caballero, a enormes tensiones, que habrían significado la fractura de la mayor parte de las formaciones políticas. Pero un sentimiento de orgullo militante lo ha preservado, pese a todo. Ahora estamos ante la última, quizá la más seria, de esas tensiones: la historia reciente se vuelve contra los actuales gestores del partido, con Pedro Sánchez a la cabeza. Y no es solamente por la amnistía a 'los de Puigdemont', que cronistas cercanos a La Moncloa aseguran –yo tengo mis dudas– que el presidente y secretario general está dispuesto a conceder contra viento y marea; hay una concepción general de por dónde ha de ir la nación en esta era de cambios turbulentos en el fondo de las muy importantes discrepancias entre la vieja y la nueva era.

No son solamente los nombres conocidos ya, comenzando por González y Guerra, o por Almunia o Tomás de la Quadra, los que, por razones constitucionales, legales o prácticas, discrepan de unas cesiones –hoy, la amnistía, mañana el referéndum y la mediación internacional–que piensan que no solamente pueden romper el partido, sino la legalidad básica y, en el fondo, España; hay muchos otros que estos días se expresan en privado y que no se ciñen solamente a figuras que, con el paso del tiempo, se han hecho muy conservadoras hasta situarse en los límites del socialismo. Puede que en los próximos días el goteo de discrepantes se acentúe a medida que la cuerda se vaya tensando.

Ignoro, claro está, el efecto que las hemerotecas, las discrepancias internas y hasta la legalidad –los límites de lo que puede hacer un Gobierno en funciones teóricamente impedirían aprobar una amnistía en el plazo de un mes, como quiere Puigdemont– tendrán sobre la voluntad del presidente, muy poco, o nada, dado a la rectificación y a volver grupas por prudencia. El carácter de Sánchez es más bien lo contrario: resistir para seguir avanzando, sin que los ruidos de las cámaras legislativas, de las instituciones, de la calle (encuestas que vienen) o los efectos inflamatorios de la Diada, por ejemplo, que esa es otra, le sirvan para reflexionar sobre lo actuado.

Esta misma semana, cuando queda medio mes para la primera sesión de investidura, que, salvo sorpresas mayúsculas, perderá Núñez Feijóo, tendremos nuevos indicios de hasta dónde está dispuesto a llegar Pedro Sánchez en su aventura por formar 'una mayoría de progreso'. Tengo para mí que algún asesor especialmente alarmado ya anda insinuando que complacer a Puigdemont, si es que este sigue en su plan inflexible, va a ser legalmente imposible, digan lo que digan el Tribunal Constitucional o la militancia, si es que todo esto se le somete, como sería casi preceptivo, a consulta. Pero ¿existe una posibilidad de retirada honrosa para Sánchez, de proclamar que ha fracasado en su intento de 'reconducir' a Puigdemont, de asegurar que él lo que pretende es defender la Constitución, el sistema, la legalidad, y entonces volver la vista hacia unas nuevas elecciones?

Quién sabe. En mi obsoleto libro han cabido muchos ejemplos de actuaciones sorprendentes, desde aquel referéndum sobre la OTAN hasta la moción de censura de 2018. Pero creo que nunca el país ha estado ante un dilema jurídico y moral de esta magnitud, un dilema que puede arrastrar muchas más cosas que al PSOE. A Sánchez no se le puede negar el valor de ir más allá de las líneas rojas, fiado siempre en su madrina, la diosa Fortuna. Pero cuando el valor se vuelve temeridad y desoyes los más prudentes avisos se hace realidad el antiguo dicho falsamente atribuido a Eurípides: 'Cuando los dioses quieren destruirte, primero te vuelven loco'. Que no hablo yo, claro, de locura, pero sí de ceguera, que en su peor fase es no ver lo que todos los demás, comenzando por las leyes, ven con claridad.

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