Cartas al director

Los laicos en la sociedad

La separación entre Estado e Iglesia es algo indiscutible y fue Jesucristo quien dijo: ”Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Un estado religioso atenta contra la libertad de conciencia. Una cosa bien distinta es querer anular la impronta histórica y social del Cristianismo y tratar de reducirlo al ámbito privado. Los laicos debemos ser coherentes, no podemos atrincherarnos cómodamente y anular a Cristo de nuestra vida temporal, del ámbito social, político y cultural. En el hecho más trascendente del Cristianismo, la Encarnación, Dios toma naturaleza humana, se hace hombre y se mete de lleno en nuestra vida y en la Historia. Un cristiano laico debe ser coherente, tener una “unidad de vida”, no ser un ciudadano que admita o incluso sucumba a las inmoralidades del mundo. El ser humano cristiano no está constituido por dos individuos que se guían por leyes distintas. El cristiano es una unidad y es precisamente en el mundo en el que estamos inmersos, al que pertenecemos, en el que se decide nuestra salvación. Un cristiano laico debe dejar su impronta en el ámbito donde vive, en el tejido económico, político o social. No podemos separar-a partir de la Encarnación-, a Cristo de lo humano ya que negaríamos nuestra identidad. El Cristianismo no es un partido político-su tarea es evangelizadora-, pero sus miembros no pueden vivir como si no hubiese Cielo ni Infierno, Bien o Mal, Gracia o Pecado. No todo vale.

Los laicos deben participar coherentemente en el ámbito temporal, siempre sujetos a ciertos principios inquebrantables, entre ellos, los que Benedicto XVI denominó “valores no negociables”: el derecho a la vida, la defensa de la familia, la libertad de enseñanza y el bien común. El destino del hombre-la eternidad- se juega en la vida temporal.