Vigués coordinador de un lobby de Amnistía Internacional

“El tratado de comercio de armas ayudará a salvar miles de vidas, es un acuerdo histórico”

Alberto Estévez, estos días en Nueva York.
El vigués Alberto Estévez llevaba 20 años luchando por la firma de un Tratado internacional sobre Comercio de Armas, aprobado por fin esta semana en la ONU. Él fue el coordinador de un lobby de Amnistía Internacional para captar apoyos al Tratado. Dedica el éxito a su abuelo, un republicano torturado y asesinado en Ponteareas en 1936.
¿De qué forma participó en ese trabajo de convencer del Tratado de Comercio de Armas?

Mi función estos 3 últimos años fue coordinar el trabajo de presión política a los gobiernos en los cerca de 80 países donde Amnistía Internacional está presente y el trabajo de captación de apoyos políticos (“lobby”) en la ONU, tanto en la sede central en Nueva York como en Ginebra, donde están los diplomáticos encargados de desarme.


¿Cuántos años llevan con esto y cuál fue su trabajo concreto?

Muchos años, casi la mitad de mi vida. La idea del Tratado sobre comercio de armas la tiene Brian Wood, de Amnistía Internacional, hace 20 años, tras la primera Guerra del Golfo, cuando EE.UU. Francia y Reino Unido se dan cuenta de que las armas que habían vendido a Saddam Hussein se habían usado contra sus soldados. En 1995 Amnistía y Arias presentan un Código de Conducta a un grupo de laureados con el Nobel de la Paz. Promovimos un Código de Conducta europeo y otro Internacional en EEUU, pero quedaba conseguir algo legalmente vinculante, un tratado. En 2001 redactamos una Convención Internacional sobre Transferencias de Armas, y en 2002 Finlandia se interesó por el tema. Poco después el Reino Unido decidió liderar este proceso. En 2003 Amnistía y otras ONG iniciamos la campaña mundial “Armas Bajo Control”. En 2006 la ONU acordó estudiar el tema y desde 2009 hasta el 2 de abril hubo varios Comités preparatorios y sendas Conferencias en New York. Para el estándar de Naciones Unidas y teniendo en cuenta los intereses que genera el comercio de armas, es un proceso rápido.

¿Por qué era tan importante?

Porque el comercio de armas, que el año pasado movió en torno a 100.000 millones de dólares, tiene un coste humano enorme y tenía una escasa regulación. Unos 40 países tienen leyes y presentan informes. Cada minuto muere una persona en el mundo víctima de la violencia armada y Amnistía calculó que en el 60% de las violaciones de derechos humanos sobre las que trabaja se usaba un arma. Había que poner coto a esta situación.


¿Qué supone el acuerdo?

El objetivo no era acabar con el comercio de armas, sino regularlo, ponerle coto mediante una “Regla de Oro” que evite que se transfieran armas para cometer atrocidades como crímenes de guerra o graves violaciones de derechos humanos como la tortura, ejecuciones sumarias o desapariciones forzadas. Y lo hemos conseguido, esa es la gran victoria de Amnistía Internacional, porque el tratado tiene los derechos humanos en el centro de sus preocupaciones. No es una panacea, pero ayudará a salvar miles de vidas. Obliga a los Estados a que lo firmen y ratifiquen.


¿De donde vinieron las mayores presiones?

De todas partes, de la industria de armas, que estaba presente en las negociaciones, de la Asociación Nacional del Rifle de EEUU y de algunos países escépticos.


¿Cuál fue el papel de España?

Muy positivo. El compromiso del actual ministro de Exteriores del PP y de los anteriores del PSOE fue absoluto con la “Regla de Oro” . El embajador español intervino una y otra vez en defensa de esta norma y jugó un buen papel, siempre abierto al diálogo con Amnistía Internacional. Tenía claro el impacto de la presión pública de la campaña de Amnistía y el apoyo de 15 parlamentos autonómicos y más de 100 ayuntamientos (entre ellos el de Vigo) a la campaña en estos últimos años, así como el “marcaje” de los diputados de todos los grupos desde el Congreso. En este fue clave Amnistía.


¿Qué aprendió de esto?

He tenido la oportunidad de disfrutar de una experiencia única y conocer a un montón de personas estupendas de todo el mundo y forjar amistades que durarán toda la vida. Hablo no sólo de activistas de Amnistía y de derechos humanos de lugares tan diferentes como Sudáfrica, México, Rusia, Corea del Sur, Suecia, Venezuela, EEUU o Senegal, sino gente muy comprometida con la construcción de un mundo un poco mejor para la próxima generación, desde investigadores sobre comercio de armas que se juegan el pellejo en su labor pasando por diplomáticos que anteponen la decencia y los derechos humanos a otras consideraciones, hasta, por ejemplo, un ex general de brigada de Pakistán que estuvo con los cascos azules en Ruanda en los años 90 y que formó parte de nuestra delegación de lobbistas en Nueva York. Para él, el Tratado sobre Comercio de Armas evitará otras Ruandas. Y eso no tiene precio. Lo más bonito es haber vivido en directo un día histórico para los derechos humanos y ver que, si la sociedad civil tiene una idea buena y aúna voluntades, puede cambiar las cosas para mejor. Lo que, en un momento de crisis tan dura como el actual, es un motivo para estar orgulloso y tener esperanza. n

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