Opinión

Yo para ser feliz

Todos sabemos cómo sigue la canción de Loquillo y los Trogloditas. “Quiero un camión”; “yo para ser feliz quiero un camión”. Un himno de la carretera, todo un grito de libertad que bien hubieran podido cantar Thelma y Louise mientras huían hacia el Gran Cañón. Sin embargo, ¡cómo ha cambiado el cuento!, los camioneros son infelices y -sin querer- hacen infelices a otros que sienten que la vida se les complica todavía un poco más.

Le amargan la existencia al Gobierno, al que se le agotan las fuerzas nadando en arenas movedizas y choca con una realidad en la que los veinte céntimos por litro de combustible que ofrece al sector son insuficientes para casi los dos euros por litro que cuesta el carburante. Desesperan a los ganaderos, al sector agropecuario, a los pequeños comercios, a las grandes superficies, al sector industrial o de la construcción, a quienes no les llegan las provisiones para seguir trabajando. Se nota la angustia en la mirada triste de las vacas camino del matadero porque no pueden ser mantenidas, y en el piar de los pollos que vete tú a saber qué piensan cuando no les llega el pienso.

A todos les alegraría inmensamente la llegada de un camión, pero los camioneros ya no son felices. Los consumidores que se pertrechaban de papel higiénico durante la pandemia van de supermercado en supermercado para conseguir leche y macarrones y en las casas la preocupación crece cuando al niño se le han acabado las magdalenas.  Todos somos un poco menos felices o no lo somos en absoluto. El sufrimiento es parte de la Historia de la Humanidad, siempre, en cualquier lugar, en cualquier momento alguien sufre. Los miserables, los oprimidos, los desafortunados y hasta los ricos, que también lloran. Como algunos oligarcas rusos que pierden yates y hasta clubes de fútbol en los últimos tiempos. Llorarán hoy en sus Ferraris.

La cosa está muy fea. Por eso hoy nuestras expectativas de felicidad deben ser necesariamente menores. Yo para ser feliz –al menos un poco- pido no tener que hacer colas en las que se masca el infortunio y se gesta más de una tragedia. Hay colas para sobrevivir a la guerra, para refugiarse, para comer, para huir. Colas para tomar un fusil; en la carretera para volver a casa porque alguien está reivindicando sus derechos; a las puertas de los comedores sociales, de las instituciones de caridad; de las gasolineras que prometen la rebaja de unos céntimos en el combustible. Y vergonzosas colas si no aglomeraciones a las puertas de Endesa, Iberdrola, Naturgy o cualquiera de las aproximadamente 480 compañías de luz y 270 de gas que notifican facturas de consumo terroríficas e inasumibles que dejan a muchas familias en la ruina y en la incertidumbre. O es un error o un horror, seguramente ambas cosas. Yo para ser feliz quiero un poco de certeza y ¿por qué no?, un camión para empezar, con el que lleguen los recursos necesarios para poder seguir luchando y siendo felices, a veces, a ratos.

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