Opinión

Aplauso

El público de la ópera, y los melómanos en general, es muy aplaudidor: Es muy difícil que en otros espectáculos culturales los aplausos se prorroguen cinco, seis, siete minutos, acompañados de ‘bravos’ o ‘bravas’ hasta que les duelen las manos y al intérprete que los recibe se le encasquilla la bisagra de tanta reverencia como se ve obligado a realizar. El tenor Plácido Domingo recibió un aplauso de esas características el pasado miércoles en Madrid tras un recital en el Auditorio Nacional en lo que era su vuelta a la capital tras la polémica desatada cuando fue denunciado por una veintena de compañeras de profesión, por abusos sexuales. Si los aplausos de Madrid eran por la calidad de su voz, bien. Si lo que se pretendía era un desagravio por lo que ha sufrido tras confesar su conducta, mal. Y lleva razón la ministra de Igualdad, Irene Montero cuando se pregunta "¿Por qué hay quienes necesitan aplaudir con estruendo a un hombre que ha confesado haber abusado sexualmente de varias mujeres?". 

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