Opinión

En fuera de juego

Carles Puijdemont ya está bajo custodia en una prisión del norte de Alemania después de que, atendiendo la orden de caza y captura internacional emitida por un juez español, fuera detenido por la policía alemana en una gasolinera próxima a la frontera con Dinamarca. El depuesto presidente del gobierno catalán procedía de Finlandia, el país al que había acudido a pronunciar una conferencia y en el que le había sorprendido precisamente la emisión de esta disposición que, presumiblemente, no imaginaba. La aventura es rocambolesca pero define muy bien el desequilibrio entre la ficción que ha imaginado el grotesco personaje y la realidad en la que ha vivido sin percatarse.
Pugdemont –monitorizado desde el momento justo de la emisión de esta orden por una docena de agentes del CNI enviados al lugar de los hechos para seguir sus pasos- ha sido sorprendido literalmente en fuera de juego y esa paradójica posición es la que más interés inspira. Habitual de una fantasía delirante por la que se ha convencido a sí mismos de que la Europa del norte -y por tanto la más próxima por civilizada- comparte sus creencias, jamás imaginó que en ese ámbito le podrían echar mano. Por tanto, abandonó alegremente su refugio en territorio belga para ganar fama y dinero en otras latitudes y fue allí, en territorio finlandés, donde se dio cuenta finalmente de que su propia y estúpida suficiencia le había colocado en una situación muy delicada aunque le costó algo más entender en toda su severa crudeza que estaba en posición antirreglamentaria y que el línea de su banda había levantado la banderola. Una docena de agentes de la inteligencia  española estaban ya sobre el terreno de juego siguiendo meticulosamente sus pasos. Prefirió descartar el billete de avión que ya tenía adquirido y optó por salir rumbo a su refugio belga en un coche trazando sobre la marcha un apresurado plan de fuga alternativo que le llevaría a carreteras poco transitadas, después a una noche de ferry y de nuevo al asfalto para acercarse a su madriguera. Pero probablemente jamás sospechó que ya estaba localizado, sometido a escrutinio, seguido y presto a ser detenido en el momento más oportuno. Puigdemont, todo hay que decirlo, cayó como un idiota. Engañado por su propia soberbia y metido en una ratonera por falta de cálculo.
Ahora, el tiempo que se demoren los trámites es lo de menos porque su quimera ha terminado. Ya no da para más y si yo fuera el irresponsable presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, comenzaría a recatarme no sea que la próxima le toque a él. Advertido está y papeletas lleva unos cuantos días comprando.

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