Finalmente serán cuatro las opciones para disputarse el voto de la izquierda, para alegría del PP, que apenas tiene rival a su derecha: Vox no ha logrado en Galicia lo que sí en otras comunidades y solo ha conseguido, como única representación después de varias elecciones, un único concejal. Aunque algún efecto sí ha tenido: los populares se quejan de que en las últimas generales el voto de Vox les privó de conseguir un escaño más por la provincia, que sería el cuarto, y que habría tenido consecuencias, porque se lo arrebataría al PSOE. En julio, Vox logró en la provincia un total de 26.648 votos, muchos menos que en las legislativas de 2019, en que alcanzó 38.119. Y nada apunta a que vaya a mejorar los resultados, sino que probablemente los empeorará, dada sus escasas opciones para lograr un escaño en el Parlamento de Galicia y por la propia dinámica del partido de Abascal, que cotiza a la baja. El candidato para todo vuelve a ser Díaz-Mella, quien ya lo intentó en el Congreso, en la Alcaldía de Vigo y ahora a la Xunta.
La izquierda lo tiene mucho peor, con un voto multidividido entre el BNG, que sale como favorito entre los cuatro aspirantes, con una candidata sólida y ya bregada en la oposición. El PSdeG, en cambio, parte de una posición compleja por estar atado a las políticas de Sánchez, tóxicas para muchos electores que en otro caso podrían votar socialista. El tercer invitado es la marabunta de Sumar y Podemos, incapaz siquiera de un acuerdo de mínimos para reconstruir lo que fue Marea, que naufragó víctima de sus propias contradicciones y egos.
Para animar la precampaña dos cosas. Una, la jugada extraña en Lugo del PSdeG, con la dimisión de su alcaldesa, Lara Méndez, para encabezar la lista por la provincia. La única explicación posible es que esté ya preparando el relevo y que Méndez se coloque en primera posición de salida por lo que pueda venir después del 18 de febrero, y para eso hace falta tener escaño. Y dos, la marea plástica, estirada como chicle también hasta el 18-F.
