Opinión

Vigo

Durante un pequeño respiro del tiempo la semana pasada, mi mujer y yo fuimos a dar nuestra rutinaria caminata desde las Torres Gemelas de García Barbón por Areal, la Alameda rumbo al Puerto hasta el paseo marítimo. Con tantas obras es el único recorrido sin toparse con grúas, excavadoras y otra maquinaria pesada que están poniendo patas arriba al centro de la ciudad. 
Aunque esta vez ya estaba en marcha el gran proyecto de desmontar y reconstruir los horrores expuestos por el Marisquiño por un lado y desmontar parte del plan de ‘Abrir Vigo al Mar’, años de adoquinas rotos y vías ferroviarias inútiles por el otro. Esta vez, debido a la situación actual de la tragedia del COVID-19 nos paramos delante del edificio del Club Náutico a recordar tiempos antiguos cuando nos conocimos por primera vez y Vigo era muy distinto de lo que es hoy en el siglo XXI. ¡Nada menos que hace 64 años! Recuerdo que llegué a Vigo a finales de los 50 del siglo pasado, a bordo del ‘Alcántara’ de la Mala Real Inglesa al ser mi primer destino con el Cable Inglés y en plena época de la dictadura franquista. Aun no se había construido la piscina del Club Náutico (1966), el Hotel Bahía (1971), y Citroën había montado un pequeño taller en Montero Ríos (1956) antes de trasladarse a la nueva fábrica en Balaídos (1959). 
Por último, cabe mencionar el enorme edificio de la Xunta que suma a la desaparición de una zona abierta y ajardinada. Volviendo a mis experiencias originales, el censo de habitantes era la mitad del de hoy, o sea unos 150.000, no existía la policía local, solo los guardias de tráfico al carecer de un sistema de semáforos. Los ‘grises’ apenas se veían. El transporte público era el gran sistema tranviario y la playa de Samil llena de dunas. La vida nocturna de ocio eran las salas de ‘cabaré’ como el ‘Brasil’ y el ‘Fontoria’ reservado para los machistas por un lado y para el resto de la juventud, las salas de baile del ‘Grimpola’, ‘Jardín Park’, ‘Suevia’ y el mismísimo Club Náutico. Los deportes eran el fútbol, la natación y el atletismo, aunque existía un entusiasmo por el rugby gracias a la Universidad de Santiago. No había televisión y la radio era esencial para noticias y los partidos de la liga. Los grandes eternos eran Gento y Di Stefano del Real Madrid sin olvidarnos de la quiniela para poder ganar unos duros. 
Conocí a mi futura mujer en un baile de carnaval en el Club Náutico. Un compañero soltero del Cable, John Street (QEPD) habíamos comprado un balandro. Un día invitamos a mi ‘novia’ y una amiga a salir a dar una vuelta por la Ría. Nadie sabía navegar. Lejos de la costa comenzó la barca a tomar agua. Resultado. Nos remolco el barco de Cangas antes de que termináramos como cebo para los pulpos. Vendimos el balandro. Como buen británico al principio invitaba a mi novia a tomar el té, pero pronto me acostumbré a los calamares fritos y una copa de blanco. ¿Qué más recuerdo? Una ciudad tranquila, poco tráfico, sin sirenas de ambulancias o coches de policía. Mucha lluvia en invierno. ¡Ah! Sin olvidarme del interior rural. Es cierto que continuaba la emigración especialmente hacia Latinoamérica, aunque luego hacia Europa. Galicia estaba muy aislada en infraestructura y especialmente transporte aéreo. Pero todo pasa. Hoy ya es otra cosa. Ahora pertenezco al pasado. Veo todo con nostalgia, pero con grandes recuerdos de una ciudad que sigue luchando para encontrar su identidad. Es mi opinión.

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