Opinión

La persecución religiosa

En muchas partes del mundo, a pesar del tiempo en que vivimos pervive, de una u otra forma, la persecución religiosa. Son los cristianos, se ha publicado estos días, el colectivo más castigado. Irak, China, Nigeria son espacios de obvia y lacerante persecución ante los que la comunidad internacional, como en tantas cuestiones que afectan a las libertades de las personas, mira para otro lado, salvo que las matanzas se hayan perpetrado en sus propias narices. 
Sólo en 2015, más de 7000 cristianos, según datos de Open doors,  han sido asesinados por su religión. Un dato que debería provocar una reacción tanto o más importante que las que se producen cuando el terrorismo se cobra víctimas mortales en las calles del viejo continente o de alguna gran ciudad del mundo desarrollado.  De los 50 países con mayor persecución clasificados, 34 son de mayoría musulmana. En 2015 fueron atacadas o dañadas unas 2300 iglesias, el doble justo que el año anterior.
La libertad religiosa es una de las libertades más importantes del ser humano. Amputarla, restringirla o limitarla es una expresión de arbitrariedad que, como sabemos, no es sólo patrimonio de regímenes totalitarios. En la actualidad, en tantos países que se autocalifican de maduros y avanzados desde el punto de vista del ejercicio de las libertades, se ataca sutilmente la libertad religiosa simplemente impidiendo que determinadas personas tengan acceso al espacio público o que puedan desempeñar ciertas responsabilidades de relevancia social, política o económica.
Realmente, no debería sorprender que los cristianos sean quienes más sufren a causa de su fe. El propio Cristo, sin ir más lejos, experimentó en sus carnes el desprecio, la arbitrariedad, el juicio inicuo y, finalmente, la pena de mayor  ignonimia que  ofrecía el ordenamiento penal de la época. Mientras la condición humana sea la que es, mientras que la lucha entre el bien y el mal siga presidiendo la vida de las personas, la Iglesia Católica seguirá siendo la institución más ultrajada y perseguida. Por una obvia razón: es la única institución que lleva más de dos mil años defendiendo coherentemente su mensaje. Y en tiempos de dominio de los fuertes sobre los débiles, se paga, y a un alto precio.
En cualquier caso, las cifras de la persecución son, a pesar de los pesares, alucinantes.  Por eso la laicidad positiva, el diálogo fecundo entre la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres es capital para fortalecer el temple moral que debe reinar en las familias, en la sociedad, en la vida política, económica y social. Es más, la libertad religiosa, en su dimensión de derecho fundamental de la persona, es un elemento central del Estado de Derecho, por lo que su lesión es un grave atentando a la matriz cultural y política que funda el orden político, económico y social en la centralidad de la dignidad del ser humano.
El reciente atentado de Al Shabab contra estudiantes cristianos en la universidad keniata de Garissa en abril de 2015 se cobró 147 muertos y constituye un lacerante y execrable asesinato que reclama una más dura condena de la comunidad internacional. En Irak, por ejemplo, como es bien sabido,  se está intentando expulsar a los católicos del país con el fin de que emprendan forzadas emigraciones en busca de mejores condiciones de vida.
Sin embargo, también existen persecuciones más sofisticadas y sutiles. Las tenemos cerca de nosotros y son expresiones de odio y de prejuicio dirigidas al dominio del pensamiento único. Por ejemplo, la pretensión expulsión de determinados símbolos culturales del espacio público es una manifestación de totalitarismo que campa a sus anchas por falta de verdaderos defensores de la libertad. Por ejemplo, el miedo al pluralismo, el temor  a que el espacio público sea de todos o la discriminación por razón de la religión están a la orden del día.
En fin, la lucha por los derechos humanos, por la centralidad de la dignidad del ser humano, por el pluralismo, por la igualdad sigue, a pesar de estar en el siglo XXI, más actual que nunca. Los datos de la persecución religiosa, abierta o sutil, así lo confirman.

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