Opinión

EDITORIAL | Mediocridad y miopía en el PP

En la política tienen madera de líderes aquellos que son capaces de interpretar los deseos de los ciudadanos, los hacen suyos y, con la capacidad transformadora que se les supone en el ejercicio público, son capaces de poner soluciones donde antes había problemas. Pero muchas veces sucede lo contrario: donde hay problemas puede llegar un político para multiplicarlos.

Decía Kennedy que “un hombre inteligente es aquel que sabe ser tan inteligente como para contratar gente más inteligente que él”. Eso es justamente lo que no pasa en el PP a nivel nacional. Están malinterpretando el mensaje social, están extendiendo sus propios problemas y están poniendo de manifiesto que, como decía el presidente de Estados Unidos, no se está “contratando” a los mejores.

Las últimas noticias sobre eventuales espionajes a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, las informaciones sobre presuntas comisiones y apaños familiares reeditan lo peor de la política, también lo peor del PP. El partido que todavía lidera Casado, que acaba de salir de unas elecciones en Castilla y León con un resultado que ni de lejos era el esperado, se mete sin solución de continuidad en una refriega interna que le aleja de los ciudadanos y sus problemas.

El país está aún en una situación sanitaria complicada, económicamente maltrecho y dependiente de recursos europeos, con una crisis energética desconocida, una inflación como no se veía en tres décadas, un Gobierno cuyas costuras amenazan con saltar en cualquier momento, unas urgencias institucionales como no se veían desde la Transición, un afloramiento de los populismos que gangrenan a la sociedad… Y resulta que el PP ha decidido que la solución no es la alternativa, es la división y el tiro en el pie.

No hace mucho que los populares han sentido en propia carne cómo la corrupción y el trato clientelar les provocó una mancha que aún no se ha limpiado del todo. Tampoco ha pasado tanto tiempo desde que el nuevo equipo de Génova asume las riendas del partido como para meterse ya en el fango y las alcantarillas. El Partido Popular que hace diez años gobernaba en España con mayoría absoluta es hoy una organización ramplona, desdibujada y sin un referente claro, toda vez que Casado es cuestionado los días pares por los ciudadanos y los impares por los cargos de su propio partido.

La única persona que ha surgido con fuerza y se mantiene vigorosa es Isabel Díaz Ayuso. Será por eso por lo que empieza a ser víctima de maniobras turbias, por el “fuego amigo”. La presidenta madrileña ha puesto pie en pared ante el mismísimo Sánchez (ya no digamos a dónde mandó a Pablo Iglesias con la fuerza de los argumentos y los votos), ha hecho de Madrid poco menos que una marca internacional y una forma de hacer política que le está dando réditos en muchos países (ya no digamos ante sus propios ciudadanos, que siguen confiando en ella).

Si la elección que ofrece el PP en esta crisis interna que se ha inventado es Ayuso o Casado y su García Egea, debiera haber pocas dudas: la presidenta de la Comunidad de Madrid. De lejos.

Si aún queda un atisbo de sentido común entre los populares deberían de pensar qué están haciendo con el capital político que dilapidan, con los miles de ciudadanos que esperan que remanse esta tempestad. Los millones de votantes solo están teniendo en estos momentos paciencia esperando que los populares acaben sus batallitas. Es decir, que ventilen sus problemas para ver si luego tienen tiempo para resolver los de los ciudadanos, los de España.

Ya lo dijo también Kennedy: “Se puede engañar a todos algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”… o sí, como otro del que no toca hoy hablar.

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