Opinión

Si no tienen pan, ¡que coman insectos!

Han multado a la empresa responsable de la cafetería del Hospital de León por servir sopa con gusanos. Ah, qué injusta arremetida contra un comprometido cumplidor de las recomendaciones que animan a paliar el hambre y el cambio climático comiendo bichos. Desde que la FAO remedara el apócrifo de María Antonieta con un “si no tienen pan, que coman insectos”, se han aprobado para el consumo humano el gusano de la harina, el grillo doméstico, las larvas de escarabajo y la langosta migratoria, cuya sola visión llevó Dalí a tirarse por la ventana de un primer piso. Pronto la mosca no será cojonera sino cojonuda, como los espárragos. Y se propondrá ligar en las cenas igual que se pesca: con larvas. Quién sabe si el menú carcelario con cucaracha acabará en manjar digno de manjaretas estrella Michelin. Sería un modo de finiquitar las plagas de esas viudas adrenalínicas, que patatearíamos con cervecita en terraza. Y, ya puestos, podríamos terminar con esos recurrentes cobradores del frac que son los mosquitos tigre, si algún famoso pusiera de moda la mosquitortilla. A Kardashian le correspondería la promoción de las hormigas culonas.

Opinaba Wilde que desde un buen festín se puede perdonar a todos, incluso a los parientes, pero no tiene una claro que se llegue al perdón por la vía de las larvas. Aunque lejos quedan aquellos programas cuyo éxito se basaba en asustar a los concursantes con bichos. Ahora proliferan las granjas de cricría de grillos y para inculcar la entomofagia falta que los programas de cocina la incorporen. La comida no entraría por los ojos, ¡entraría por la conciencia! Frente al contaminante e insano chuletón, que el público abuchearía, sostenibles grillos pata negra, proteínicas hormigas manchegas, solidarios gusanitos. De momento, los medios ya estamos cantando las bondades de los insectos como superalimento capaz de bajar el colesterol, ¡el Danacol de la Agenda 2030! Con menor énfasis se informa de sus riesgos: alergias, presencia de sustancias antinutritivas y tóxicas, transmisión de enfermedades zoonóticas… O del precio: 35 gramos de grillos ahumados cuestan diez euros; 100 gramos de langostinos, tres. Confiemos en los sindicatos como salvaguardias del banquete tradicional.

Quien más y quien menos habrá ingerido, sin saberlo, restos de bichos en frutas, verduras o harinas, alguna partícula de alita de mosca -y sin frecuentar el putiafter de Froilán-. Otra cosa es tragarse una barrita energética hecha de polvo desgrasado de insecto. Póngase aquí también el consentimiento en el centro, respétese el derecho a decidir comportarse como oso hormiguero o como armadillo, empotrado o no. El consumo de bichos supone la vuelta del homo emoticono a sus orígenes animales, a aquel pequeño y peludo zampa insectos del que descienden los mamíferos placentarios, porque de animales es llenar el estómago y de humanos comer. No parece remoto un futuro de mascotas que coman cual humanos y de hombres que se nutran como animales, pues no hay alimento que palíe, ay, la hambruna de sensatez.

Cuando Freud se enteró de que los nazis habían quemado sus libros, dijo: “He aquí una muestra patente del progreso, porque en la Edad Media también me habrían quemado a mí”. Habrá que tomarse como una evidente señal de progreso que todavía la FAO no haya recomendado que, para mitigar el hambre y la falta de recursos, nos comamos los unos a los otros.

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