Opinión

El tanatorio virtual

En el óbito de Leopoldo María Panero, Dragó escribió: “¡Cuánto barullo a cuenta de la muerte de Leopoldo María Panero! Necrofilia española. Me sumaré a ella”. Y eso que la necrofilia era la única perversión que aseguraba no haber probado, pero la muerte siempre cautiva la atención mientras uno cree zafarse de ella. En España parecen despertar más interés los fallecidos que los nacidos -salvo el de Ana Obregón-, razón por la cual la actualidad va de pésame en pésame y de aniversario en aniversario. Para enterrar a los muertos cualquiera sirve, sobre todo un tuitero, que es también sepulturero de vivos, aunque menos piadoso. Twitter es un crematorio que, cuando no tiene vivo al que quemar, se recrea en los difuntos, un tanatorio virtual adonde se acude con urgencia, tanta que a veces se mata antes de tiempo y debe el falso finado salir a decir lo que Salvador Seguí cuando se libró de un atentado en el Paralelo: “Todavía no, todavía no”.

Opinaba Camba que no hay género más optimista que el necrológico: “Como, una vez muerto, nadie puede hacerles ya ninguna sombra a los vivos, estos no tienen el menor reparo en reconocer los méritos que le negaban antes, y el morir viene a ser […] algo así como ascender”. En la necrología virtual, sin embargo, las flores compiten con las coronas de odio de gente que desea para el prójimo el final que Azcona quería para sí mismo: que lo tiraran por un terraplén y se lo comieran los cerdos. En las redes se respetan los difuntos afines y se denuestan los otros, porque a los seres humanos no nos separa la muerte, sino la vida. Luego está esa necroilógica que se sirve del muerto para hablar de uno mismo, ¡el egobituario!, y que funciona a modo de zorrocloco canario: así como el marido de la parturienta se metía en la cama para beneficiarse de los cuidados y atenciones, quien lo escribe se lleva las condolencias y los crisantemos.

Ha impactado a muchos que Sánchez Dragó falleciera minutos después de tuitear. Entre el ser y el no ser, el tuit, la ligeratura. Era una foto con su gato Nano encaramado a la cabeza, como una especie de bisoñé de indiferencia hacia lo que le pudiera deparar el destino, que evocaba este haiku de Kobayashi Issa: “Por un instante, / caza el gato la hoja / que va de viaje”. Ese felino con nombre de DJ intentando apresar al amo antes de su partida es lo que quedará en el imaginario colectivo, porque en estos tiempos no trasciende la obra, sino la anécdota.

Gómez de la Serna definió el epitafio como la última tarjeta de visita. “Marcho, que teño que marchar”, hizo constar en su esquela un gallego. Hoy la última tarjeta de visita puede ser el tuit, el estado de Facebook, el tiktok o el instagrameo, que no han nacido para trascender, por eso hay que cuidarse de que no constituyan un epizafio. Ser conscientes de que lo que se exhibe en las redes puede ser lo último que quede de nosotros abortaría gran cantidad de selfis, de naderías, de falsedades, de hiel para la boca del asno. Puesto que la muerte es una ordinariez de la que nadie escapa, qué mejor que evitar la vulgaridad en vida. Para dejar huella en el futuro no es necesario pisotear el presente.

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