Opinión

Por sus obras los conoceréis

La obra es el sonajero del viejo, pero andan los jubilados estresados ahora que se acercan las elecciones y su lugar de residencia se convierte en un sonoro parque de atracciones, con sus laberintos, sus zanjas del terror y sus coches de choque. Tienen la agenda tan ocupada que ya parecen Manuel Fraga en sus mejores épocas. Con tanta construcción que fiscalizar apenas encuentran tiempo para cuidar de los nietos ni jugar a la petanca, y, como a veces se hormigona en festivo para apurar los plazos, se comprometen hasta en domingo. Tal desasosiego les provoca esta avalancha de acometidas urbanas preelectorales que no debería hablarse de obras, ¡sino de zozobras!

Un gobernante es un individuo que siempre tiene un asfaltado en la manga para superar un bache de popularidad. Igual que niños antes de Reyes, los ediles se afanan en demostrar lo buenos que son para esquivar el carbón popular. En Marbella, la alcaldesa repara ahora en que hay que renovar las barandillas del paseo marítimo, pues sabido es que no las oxida el mar sino la brisa de la posibilidad de un cambio de dirigente. Se esmera asimismo en plantar gimnasios al aire libre, en inculcarle al ciudadano el gusanillo de la calistenia. No podrá salir usted a comer, pero sí lucir ese tipo fino que dejan las privaciones colgado de una barra cual murciélago, mejorar sus equilibrismos para llegar a fin de mes.

El año electoral ha disparado las licitaciones públicas, aunque algunos prefieran las licitaciones púbicas, como ese exdiputado socialista apodado “tito Berni”, la constatación de que al político no sólo le mueven las elecciones: también las erecciones. Gastar el dinero del contribuyente en ejecuciones con fines propagandísticos es otra forma de corrupción. Los regidores tiran la casa del votante por su ventana con obras que en realidad son maniobra. Si siempre se pusiera tanto empeño en adecentar la ciudad como antes de unos comicios se gozaría de la infraestructura de Singapur, pero la interesada visión cortoplacista impide concebir proyectos a largo plazo, muchas veces más necesarios.

Con los gobiernos que rinden in extremis para sacar buena nota electoral ocurre lo mismo que con los alumnos que estudian sólo para el examen: sin repaso diario, ni se aprende ni se gestiona bien. Los conceptos y las promesas se olvidan hasta la siguiente reválida, por eso es importante que el político tome “la precaución de no remachar la promesa, de no prometer nada definido y completo”, como aconsejaba Azorín. Un modo infalible de calar a los regidores sería aplicar esta sencilla regla: a más número de obras de última hora en vísperas de elecciones, peor gestión. Esto es: por sus obras los conoceréis.

Hay una escena en The Politician en que la candidata confiesa: “Nunca me ha gustado la política: tanto trabajo para que te vote gente a la que no respetas”. Por eso es el votante quien debe respetarse a sí mismo. Cuando la cervantina condesa Trifaldi se reconoce facilitadora del engaño de don Clavijo a la infanta Antonomasia, dice: “Les cuesta poco prometer lo que jamás piensan ni pueden cumplir, […] mas no tienen ellos la culpa, sino los simples que los alaban y las bobas que los creen”. Como también en política se promete hasta que se mete… la papeleta, no olvide usted que el cálculo electoral se desarrolla en un cuerpo, pero lo sufre otro. No todas las obras son amores.

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