Opinión

¡Más columnas!

Se estrena una con agradecimiento en estas páginas y lo mejor que puede hacer es pedir disculpas por adelantado: no soy experta en nada, así que pido perdón si alguna vez pretendo parecer tal cosa. Entre elaborar una torrija, que es pan comido, y perpetrar artículos, la vida me ha ido llevando a lo segundo, siendo una más partidaria de comer que de escribir, que es la asunción de una derrota: quien escribe nunca está a la altura de sus propias expectativas. Cree una poder alumbrar el Quijote y engendra algo más parecido a las Ambiciones y reflexiones de Belén Esteban.

Vivimos tiempos de inflación, también columnística, como si en las calderas de los medios se hubieran puesto a gritar “¡más columnas!”, convencidos de que el país no marchará hasta que fijemos posición sobre un asunto, como la marmota que decide si viene o no la primavera. Hay incluso más articulistas que opiniones, porque se quiere tener en cuenta tanto parecer que termina no caber el propio. Quizá convendría aclarar que más columnas no suponen más periodismo, como más escritores tampoco garantizan más literatura. “Los jóvenes ahora quieren ser columnistas -ha constatado Raúl del Pozo-. No saben que el columnismo es para reporteros cansados”.

La pulsión columnística se entendería mejor en la época de Ruano, a quien los artículos le daban para que comieran varias personas, para fumar, para tomar café, para ir y venir en taxi, para que subiera un barbero a casa y para que un criado le preguntara qué deseaba cuando llamara al timbre. Si antes se podía aspirar a ganarse la vida con el periodismo, hoy se conforma una con no perdérsela entre escribir, promocionar lo que se escribe y ese sacarse en procesión a uno mismo que son las redes sociales. No teniendo con qué defraudar a Hacienda, al columnista sólo le queda defraudar expectativas, tarea sencilla en una sociedad que ha dejado de depositar sus esperanzas en lo trascendente para volcarlas en lo intrascendente: una serie, una foto de Instagram, el último disco de Rosalía o un artículo.

Cuando le preguntaron cómo mejorar el teatro español, Valle-Inclán contestó: “Matando a los hermanos Quintero”. Para perfeccionar el periodismo tendría que ofrecer una su propia cabeza, pero valore el lector que acudo a este encuentro desarmada, como se debe ir a una primera cita si se pretende intimar: sin wonderbra ni faja estilizante, sin depilar las frases ni perfumarse las intenciones, un poco como ese participante de First Dates que trató de conquistar a la chica contando que estaba en paro, sin trabajo ni casa, pues el amor verdadero tiene más que ver con las segundas oportunidades que con las primeras veces. Diez años lleva mi marido leyendo todo cuanto escribo y todavía no se ha ido.

Celebro este Viernes Santo con este entregarse por completo a una vocación, aunque se fracase, que es la escritura, más el pertinente ayuno, costumbre que los periodistas, finos o no, tenemos bien interiorizada. Y si vuelve usted la semana que viene a por más, consciente de que cada artículo versa sobre lo que no ha logrado el anterior, se habrá obrado el milagro. Porque los milagros existen, no en vano donde cabe uno cabe Dios.

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