Opinión

El movimiento de Puigdemont

El general Franco tuvo más éxito con su famoso Movimiento Nacional que Puigdemont con el suyo. Al menos en lo tocante a la común aversión a la "partitocracia". A uno le duró cuarenta años. Al otro, me temo, lo que duró la presentación en sociedad de la llamada Crida Nacional de Cataluña, apadrinada por el presidente de la Generalitat, Quim Torra.
Ocurrió el sábado pasado en Manresa. Con poco eco mediático y político para una Crida que nace de 9.500 cotizantes (a cinco euros cada uno) y tres impulsores: Puigdemont, Torra y Jordi Sánchez. Pretende agrupar a personas, no a siglas, desbordar a los partidos soberanistas y confluir en un totalitario compromiso de caminar sin vacilaciones hacia la Cataluña una, grande y libre que no logra dar pasos reales para salir del limbo gestual en el que se encuentra desde el pronunciamiento del Parlament con freno y marcha atrás de hace ahora un año.
"No se tata de silenciar a los partidos" (soberanistas, se entiende) sino de "priorizar lo que comparten", ha dicho Torra. Pero para priorizar lo que comparten en un instrumento de participación hay que silenciar a instrumentos de participación pre-existentes, como el PDeCat, ERC o la CUP.
La Crida no propone nada nuevo que no propongan cualquiera de esos tres partidos. A saber: la independencia de Cataluña con mas o menos prisa, la excarcelación de los políticos presos, el regreso de los "exiliados" y el diálogo como método para resolver el conflicto, pero sin renunciar a la unilateralidad.
Pretende la Crida ser una palanca política al servicio de la futura república de Cataluña. Con poco futuro. Mal comienza el lema aireado en el acto por el presidente de la Generalitat, Quim Torra: "Solo sumando ganaremos". De momento, el acto no pudo tener lugar en Bruselas, donde Puigdemont había soñado presidir una sonada cumbre independentista para el lanzamiento europeo de la Crida. Se tuvo que quedar en Manresa. Y gracias, pues se trata de la cuna del catalanismo histórico (las famosas 17 bases para una Constitución Regional Catalana, en 1992).
Este nuevo producto de la factoría de Waterloo no descarta, por supuesto, presentarse a las elecciones. Y esa pretensión es la que también le anuncia una vida corta. Es lógico que ERC y una buena parte del PDeCat estén recelosos. Véanse las notables ausencias del ex presidente de la Generalitat, Artur Mas, la del presidente del PDeCat, David Bonvehi, o el desmarque total de ERC, que no ha querido saber nada.
En cuanto al independentismo más impaciente, el más radical, los de la CUP, los CDR, sencillamente, no se lo creen, convencidos de que los partidos que pisan moqueta nunca asumirán la desobediencia y la unilateralidad como únicas formas de avanzar hacia la independencia y de frenar las tentaciones de retorno al autonomismo.

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