Opinión

Esperando al salvapatrias

En alguna que otra ocasión no falta el curioso, o el interesado, en saber cómo se le ocurren a los novelistas las historias que cuentan. No otra cosa es una novela sino la historia de lo que le pasa a alguien en algún sitio. Al menos así lo fue hasta ahora. Ahora, ya se escriben novelas echando excesiva mano de eso que los que saben llaman intertextualidad y que, los más ignorantes, consideramos como una falta de imaginación consistente en ir intercalando párrafos de otros escritores para comentarlos o simplemente dejarlos allí “para que el lector reflexione”. Pongan ustedes los ejemplos que consideren que a mi me da la risa. Claro que Cela afirmaba que es novela todo cuanto libro haga figurar en su portada o en sus primeras páginas que se trata de una novela. Dicho sea para consuelo de los que olviden que, siempre, las novelas de CJC llevan una trama, oculta como la corriente del fondo de un río que, por decirlo así, las “noveliza”.
En fin, que no sé cómo se le ocurren a los novelistas sus novelas. Sé cómo se me ocurren a mí. Una vez leí un cuento de Maupassant y a raíz de eso escribí “Breixo”. En otra ocasión vi a una chica corriendo en chándal por la orilla de una carretera y surgió “Memoria de Noa”. “El Griffon” brotó de la lectura de una noticia en la que se afirmaba que, durante la brutal represión sufrida en Argentina en tiempos del general Videla, no habían participado militares gallegos o hijos de gallegos y, pocos días después, un texto en el que se comentaba que, en el siglo XVI, la Inquisición nunca había encontrado un torturador en Galicia y había tenido que traer sus verdugos, de importación, desde otros lugares de la península. Otras historias surgieron porque alguien me sugirió que las escribiese; por ejemplo, la que novela la vida del marqués de Sargadelos. Así hasta las diecisiete o dieciocho que llevo escritas, nacida cada una de ellas como consecuencia de una experiencia distinta. Podría aburrirles a ustedes dándoles cuenta pormenorizada de cada una de ellas. Lo cierto es que, mientras las construyes, vas habitando mundos desconocidos para ti hasta entonces, descubriéndolos, viviéndolos de modo que acabas por hacerlos tuyos. Supongo que hay que estar un poco tronado para que pueda tener lugar este proceso.
¿Y que sucede con los artículos? Pues mutatis mutandis más o menos lo mismo. Pero no son pocas las oportunidades en las que te pones a escribir uno sin saber exactamente de que va a tratar, preguntándote qué será lo que surja al final de todo cuando lo orientes y sepas a dónde te conducirá la idea inicial; por ejemplo, este de ahora mismo.
Llevo días preguntándome por el momento en el que, al contrario de lo que sucede con las novelas cuando las empiezas, se puede o se debe tomar la decisión de prescindir de un pacto, del justo instante en el que se puede e incluso se debe rescindirlo, dejarlo en suspenso, olvidarlo o, dicho de otro modo más violento, romperlo. Llevo días así y, en el momento de empezar a escribir esta página de hoy, no he conseguido todavía hallar una respuesta convincente. Empiezo pues a escribir haciéndome preguntas y procurando obtener respuestas mientras lo hago.
Un pacto, sobre todo un pacto político, que es a lo que implícitamente me estoy refiriendo desde hace ya unas cuantas líneas, se establece para alcanzar una meta. ¿Qué es entonces lo que obliga a mantenerlo una vez que esté visto y comprobado que la meta es inalcanzable y por lo tanto inútil, que resulta imposible su ejecución y que su mantenimiento impide otros logros o, lo que es lo mismo, idéntico logro pero por otros medios? ¿La lealtad a la palabra dada, cuando esa lealtad se debe al proyecto político propio en el que el pacto se sustenta? ¡La lealtad a la palabra dada! ¿De verdad?
No es de creer que esa lealtad obligue y condicione. La lealtad tiene un carácter individualizado, personal, que está muy por debajo del proyecto colectivo al que paradójicamente pretende servir en este caso y, mientras que los valores morales por los que nos regimos la mayoría de los ciudadanos son unos, los políticos son otros, generalmente distintos, casi nunca exactamente iguales. La lealtad no se debe tanto al partido con el que has pactado, como a los ciudadanos que han votado en un sentido que no se corresponde con el mantenimiento de ese pacto.
¿Por qué se mantiene entonces? No lo sé. Estoy como al principio de estas líneas. Quiero decantar una opinión, empiezo la escritura a ver si la encuentro mientras tanto y, llegado aquí, no veo respuestas claras. ¿Quizá porque la vieja guardia del partido teme verse definitivamente desplazada y presiona en ese sentido, en el del mantenimiento de una opción y la negación de otra que haría viable el fin perseguido? Pudiera ser. Pero también es posible que a esa vieja guardia -tan cambiada, pues tanto es lo que va de ayer a hoy- tenga más sabiduría, más experiencia e incluso más razón y tal sumatorio le lleve a mantener esa postura y ejercer la influencia que se les reconoce.
También pudiera ser que las distintas baronías territoriales crean ver un camino abierto al fracaso, por un lado, y al advenimiento de sus personas a la asunción y al ejercicio de las responsabilidades que ahora tanto se discuten, por otro, y presionen para el mantenimiento de un pacto que conduce inexorablemente al fracaso del proyecto en el que se habían empeñado. Siempre es más de uno, o de una, el que tiene ambiciones de caudillaje y se cree llamado a conseguirlo, haciéndolo sin reparar en gastos, ni en fracasos, pues se considera capaz o bien de dar la vuelta a la situación en un futuro próximo o quizá sea que esa regeneración le importe un pito ante la posibilidad de verse coronado. Pero también puede que las intenciones aludidas resulten ser higiénicas y sanas. Un lío.
Lo único cierto es que o los ángeles da la guarda (Marcelo el aparca coches; llamarle gorrillas, pudiera sonar irreverente) cambian de bando y echan una mano o el pacto estará consumido en si mismo, extinguido cuando estas líneas vean la luz y este país pase a disfrutar prácticamente de todo un año en stand by, en suspensión, al pairo de sí mismo, porque han primado no se sabe si los intereses de partido, si los personales de quienes de un modo u otro los dirigen y en mucha menor medida los intereses generales que a todos debieran impulsarnos. ¿Tardará mucho en surgir un salvapatrias o ya estará ahí y todavía no nos hemos dado cuenta?

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