Cartas al director

Este no es mi Cristo

Desde hace siglos, la imaginería religiosa, con más o menos arte, ha servido al pedagógico propósito de mover a los fieles a la piedad. De esta manera, por ejemplo, la imagen de la Virgen del Carmen encima de una barca o sobre las olas de un mar tormentoso alienta a la gente del mar a pedirle su ayuda. La representación de la Virgen Inmaculada inspira pureza; los tradicionales nacimientos recuerdan la humildad de Cristo naciendo en un pesebre; la imagen de las almas del purgatorio ardiendo en llamas hace que no olvidemos que después de esta vida hay otra que, de no haber purgado todo en esta, el sufrimiento será no menor. 
La figura cristiana que se venera por excelencia es la de Cristo crucificado: Dios hecho hombre, entregado por traición, injustamente juzgado, flagelado, vejado, coronado con una corona de espinas, escupido, insultado y crucificado por amor a los hombres para redimirnos de nuestros pecados. Sólo esta imagen ya debería servir para una conversión del corazón, arrepentimiento de los pecados y aumentar nuestro amor a Dios, que tanto sufrió por todos nosotros. 
Sin embargo, y respecto al polémico cartel de la Semana Santa sevillana, en mi opinión, la imagen de ese Cristo, repeinado, con cara lánguida, musculoso pero afeminado, sin un rasguño, ni una gota de sangre, y medio desnudo, lejos de inspirar piedad, amor de Dios y conversión del corazón, más bien parece un icono gay. No voy a entrar a juzgar la intención del autor, pero como se suele decir: “la mujer del César no sólo tiene que ser buena, sino también parecerlo”, pues bien, esto, no parece. A mí, desde luego, no me da ninguna devoción. 
Este no es mi Cristo.