El vestuario del Celta, la clave final en la destitución de Benítez

Jugadores del Celta, en un entrenamiento reciente en la ciudad deportiva de Mos.
photo_camera Jugadores del Celta, en un entrenamiento reciente en la ciudad deportiva de Mos.
A resultados, estilo y desafección de la grada se unió la diferencia futbolística interna

La decisión tomada ayer por el Celta, más allá de que ninguna destitución es deseada por lo que significa, es un golpe a una de las vigas maestras sobre las que la nueva dirección del club había edificado su proyecto deportivo. El continuo cambio en los banquillos en los últimos años -en menos de seis, el de Benítez es el sexto despido tras Mohamed, Cardoso, Escribá, Óscar García Junyent y Eduardo Coudet- había convencido a los dirigentes célticos de que era imprescindible un proyecto a medio-largo plazo. Pero no ha sido así.

Los factores son múltiples. El detonante ha sido, como tantas otras veces, que el técnico había perdido la fe del vestuario. Pero no ha sido ni la única razón ni, por supuesto, la primera en orden cronológico.

La primera motivación es obvia: los resultados. Pero éstos llevan siendo malos desde el principio de campaña y únicamente el mal de muchos, en cuanto a escasa puntuación en la zona baja, había evitado una situación clasificatoria peor. Porque Benítez argumentará, con razón, que se le despide con el equipo fuera del descenso y tras caer en un estadio donde es más que lógico perder como el del líder, el Real Madrid.

El caso es que a esos marcadores se ha unido ahora esa distancia con el vestuario a nivel de idea futbolística. Son muchos los jugadores que opinan que hay calidad en el grupo como para apostar por otro tipo de fútbol, siendo más protagonista con balón y pisando más el campo rival. Es decir, la filosofía habitual, que no permanente, en el club vigués desde el cambio de siglo.

Esta última clave también funciona en el caso de la afición, siendo complicado medir con exactitud si el ruido es más o menos genérico. Por edad, gran parte del celtismo sólo conoce ese Celta que busca ser protagonista y no entiende otro, más si los resultados no sustentan el cambio. 

El despido ha estado sobre la mesa ya demasiadas veces en lo que va de campaña. Pero siempre ha habido motivos para creer. Porque, una temporada más, el Celta pagó el hecho de comenzar el proyecto con diferencias entre el banquillo y la dirección técnica. Más allá de los silencios públicos, desde hace meses ha sido obvia la distancia entre Luís Campos, el anterior responsable de la parcela deportiva celeste, y Benítez.

De hecho, la salida del portugués el pasado mes de diciembre, justo antes del mercado de enero, fue una victoria del madrileño. Esa ventana de transferencias sí fue dirigida desde el banquillo, con dos futbolistas que ya había tenido bajo su mando y un tercero acordado con el nuevo director deportivo, Marcos Garcés.

Esa victoria en el pulso ha sido, finalmente, pírrica. El Celta se ha decidido a arriesgar y a recuperar el estilo previo con Claudio Giráldez. El que, por otra parte, seguían utilizando todos los equipos de la base. Y Garcés ha admitido que no tiene sentido que el primer equipo juegue de una manera y la cantera, de otra. Ya no será así. Pero la salvación es prioritaria.

Marián repite el despido de su padre en su debut

Marián Mouriño ha comenzado su mandato como presidenta de la misma manera que su padre: destituyendo al entrenador en la recta final de la temporada. En la campaña 2006/2007, Carlos Mouriño aguantó a Fernando Vázquez en el puesto, con crisis varias previas, hasta las últimas nueve jornadas de Liga. Su hija, ahora, se ha adelantado una. En cualquier caso, con muy escaso plazo para trabajar para el sustituto.

Ahí sí que hay un cambio sustancial. Porque en aquella ya remota temporada se apostó, temerariamente, por un entrenador sin experiencia alguna pero con mucho nombre: Hristo Stoichkov. El resultado fue malo, pues no se evitó el descenso y, además, el exfutbolista acabó siendo despedido al curso siguiente tras sólo siete partidos. Ahora, el elegido sí es un entrenador pero no tiene nombre en el fútbol profesional, que rozó como jugador y al que todavía no ha asomado desde los banquillos, aunque sí tenía decidido dar ese paso este verano, dentro o fuera del Celta.  

Aquella destitución de Fernando Vázquez acabó por alumbrar un inicio de mandato de Carlos Mouriño muy abrupto. Obviamente, por el descenso y por la severa crisis económica, pero también por la imposibilidad de tener un proyecto de futuro hasta la llegada de Eusebio Sacristán. El expresidente pasó una fase intermedia de técnicos longevos pero en sus últimos años recuperó el afán por destituir. A Marián hay que darle el beneficio de la duda porque es bien sabido que en este aspecto, como en otros, se quería desmarcar del pasado reciente.

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