Opinión

El personaje y su botín

La última vez que lo vi fue al cruzarme con él caminando por una acera de Madrid a finales de 2019. Nos miramos, nos saludamos con un gesto y no lo identifiqué hasta después de haber caminado unos pasos. Era un Eduardo Zaplana, maltratado por la enfermedad, delgado en exceso y solitario. Me impactó su deterioro, consecuencia del cual y por la mediación humanitaria de amplios sectores de la vida política y periodística -desde la izquierda radical pasando por el socialismo hasta la derecha-, pudo salir de la cárcel a principios de aquel año. El mismo en que sus casos de corrupción, cohecho y blanqueo de capitales, entre otros, estaban siendo probados por la justicia.

Mi inclinación para ver la vida como una narración literaria llevó a mi moviola de los recuerdos a pasear por la existencia del personaje. Quizás nadie como Zaplana encarne al guerrero triunfador, pagado de sí, finalmente caído y quizás desdichado. Al político con una forma de entender el ejercicio de la vida pública como un campo de juego para el exclusivo beneficio personal. Da para escribir una novela histórica en los nuevos escenarios de la democracia recuperada. Su biografía contiene todas las claves de una trama en la que juegan los viejos tic de la dictadura, las intrigas, las amistades encadenadas por los intereses económicos, los planes oscuros, el descaro en el ejercicio del poder, la burla a la sociedad… hasta producirse la caída social y la desgraciada maldición de la leucemia.

En estos últimos meses, ya casi sin trascendencia mediática, los fantasmas de su epopeya están emergiendo por mor de las conclusiones del caso Erial. Aquel joven aspirante a político, concejal en Benidorm, a quien se le escuchó decir en el caso Naseiro-Palop: “tengo que ganar mucho dinero, me hace falta mucho para vivir”. A quien se le atribuye otra frase lapidaria: “estoy en política para forrarme”. Aquel joven, digo, consiguió su objetivo, amasó un botín que va desde un piso de un millón y medio en Madrid a quince millones escondidos en paraísos fiscales, más otros siete en Suiza, más… la lista y el baile millonario parecen infinitos, en muchos casos dinero irrecuperable, porque Zaplana, considerado la cabeza de la trama, semeja haber sido un inteligente planificador, con gran capacidad para hacer partícipes y beneficiarios a sus mejores amigos. Un personaje, ya digo, para encabezar el reparto de una entretenida novela negra.

Según la jueza instructora del caso Erial el político del PP, integrante de la mesa redonda del glorioso Aznar, articulaba “las actividades con el objeto de que todo quedara oculto a fin de eludir responsabilidades”. Sin embargo el dinero es el menos silencioso de los cómplices y el más cobarde de los compañeros de viaje. Una vez conseguidas las gracias del destino, el brillante protagonista se subió al tren de vida propia de un millonario sin prudencia. Y aunque se alejó de la primera línea de la política activa las sombras del pasado llamaron a su puerta puesto que, en una sociedad de tradición levítica como la nuestra, el mal nunca debe triunfar ni en la literatura.
La que sí triunfa es la envidia y Zaplana vivió una epopeya demasiado brillante para no caer en sus garras. Por las características del personaje y, naturalmente, por su oculto botín. Al cerrar la novela el autor deberá escribir que “se le ve caminar triste, solo y enfermo”. Pero será un simple recurso literario para producir nuestra lástima habitual. Al personaje aún lo protege su botín.

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