Opinión

Mienta conmigo, por favor

Existe una empresa de sondeos de opinión que me consulta sistemáticamente mediante el correo electrónico. Y otra, que debe tenerme en su “target aleatorio”, también lo hace por teléfono con inusitada frecuencia. La primera encuestadora pregunta por las cuestiones más variopintas que pueda imaginarse, desde el tipo de café que prefiero hasta las inclinaciones sentimentales, pasando por la ética o la estética de la vida pública. La siguiente se mueve alrededor de las corrientes de opinión e inclinaciones electorales. Me lo paso muy bien contestándoles y miento sistemáticamente.
Mis mentiras se transforman en proyecciones demoscópicas de gran influencia. Mayor cuanto menor sea el número de personal consultado. Seguramente mis mentiras acaban representando a miles de ciudadanos que opinan de forma distinta a cómo a mí me correspondería hacerlo. ¿Por qué me regodeo con semejante maldad? Sencillamente porque estoy hasta el moño del condicionamiento con el que se pretende dirigir a la opinión pública en función de los intereses económicos, de partidos, ideológicos y subterráneos, entre otros. Es decir, quienes utilizan la mentira intencionada cabalgando sobre el supuesto de la opinión, inclinaciones o deseos puros del pueblo.
Les pongo un ejemplo patente. Todos los meses se nos machaca con el “estado de opinión” política si “en estos momentos” hubiera elecciones –municipales, autonómicas o generales, tanto da-. Ese condicional ya es la falsedad más tangible. Si no hay elecciones a la vista toda la pirámide que construyan sobre el resultado de los encuestados es un puro castillo de naipes. Sí, ya sé que existen elementos correctores y que en algunos casos, como las realizadas a pie de urna, o ante la verdadera proximidad de la consulta electoral, los resultados –por el bien y el prestigio de las empresas de sondeo- se acercan a la realidad. Ese es el otro cantar útil que sirve de justificación para mantener vivo el sistema empresarial demoscópico manipulador. 
Siguiendo con el ejemplo debo confesar haber ayudado a colocar a las puertas de la Moncloa a Albert Rivera (a quien jamás he votado ni votaría). Empujé a dos pasos del cielo a Pablo Iglesias (a quien puede que hubiera apoyado en alguna circunstancia, pero nunca lo hice). Haberme inclinado por José Bono y Susana Díaz, cuando en realidad apoyé y voté a Rodríguez Zapatero y a Pedro Sánchez, en las primarias del PSOE… La lista es interminable y reiterativa. Pero continúo.
Vayamos al presente. Dígame usted qué ha hecho Alberto Núñez Feijóo, desde su aparición como líder de la oposición, para encabezar las preferencias del electorado en las encuestas, a casi dos años de la próximas generales. Además de ser continuista de las estrategias de Pablo Casado, rendirse ante Isabel Díaz Ayuso e imitar las divertidas confusiones de Rajoy, el Feijóo seguro y firme de Galicia ha desaparecido sepultado por las alabanzas de la demoscopia –donde quizás se incluya la mía, que ni lo he votado nunca ni pienso hacerlo, aunque le tenga aprecio personal-. De momento ya está a la altura del desaparecido candidato de Ciudadanos y la realidad empieza a colocarlo al borde del acantilado.
¿A dónde quiero llegar proponiendo mentir en las consultas, en un universo plagado de mentiras políticas y mediáticas? Simplemente a desenmascarar el uso torticero e interesado de la demoscopia. Si empezamos por librarnos de las encuestas, las buenas y las malas, la vida pública será más sosegada, más constructiva y puede que hasta más feliz. Hágame caso, si le llaman, mienta, por favor.

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