Opinión

Mi única patria la mar

Ferrovial, empresa española líder en infraestructuras que cotiza en Ibex, ha anunciado su marcha a Países Bajos porque España es el país de la Unión Europea que más grava los dividendos empresariales y -en consecuencia- blanco y en botella, leche. Deslocalizan la empresa no por codicia ni por beneficios fiscales interesados, sino para alinear su estructura corporativa con el negocio internacional y su interés por cotizar en las bolsas de Amsterdam y Nueva York, ha dicho el presidente de la compañía -Rafael del Pino- muy convincentemente. También  podría haber dicho la verdad, que el dinero no es nada, pero mucho dinero, eso ya es otra cosa. 
El mismísimo presidente del Gobierno, de periplo europeo estos días y las últimas semanas, ha afeado dicha decisión directamente al presidente de la gran empresa, al que tendría seguramente como un buen español y puede que amigo. “La patria no es sólo hacer patrimonio, es ayudar a tu país”, ha sentenciado. Para mí, una de las mejores frases del Presidente del Gobierno en lo que va de legislatura, a la altura del refrán popular “por dinero baila el perro, y por pan, si se lo dan”. El reproche de Nadia Calviño, Ministra de Economía, no ha podido ser más contundente censurando también la decisión del traslado de una empresa que ha nacido y crecido al amparo de la inversión pública de los españoles y a la que el Gobierno de Sánchez ha adjudicado más de mil millones en contratos del Estado. 
La mayor parte de las reacciones políticas y sociales van en la línea de la reprobación de una decisión egoísta y nada ejemplarizante y hay voces que piden incluso la devolución de las ayudas percibidas por la empresa en caso de su fuga legal de España. La opinión discordante viene de la derecha, que rompe una lanza a favor de la postura de la empresa española, esgrimiendo una política económica y fiscal del Gobierno que no deja otra salida que la huida o la muerte empresarial. El PP respeta la decisión de Ferrovial y responsabiliza al ejecutivo de coalición de Sánchez de crear, entre otras cosas demoníacas, inseguridad jurídica. La ocasión la pinta calva y no hay que dejar pasar la  más mínima oportunidad para desestabilizar al Gobierno, a pesar de que estando en su lugar la decisión empresarial no le hubiera gustado en absoluto a un gobierno conservador, que igualmente hubiera señalado falta de patriotismo.
Pero la patria no es solo un lugar, es un sentimiento personal, ni siquiera necesariamente colectivo, un vínculo afectivo propio que no tienen que compartir los demás. Es como la conciencia, cada cual tiene la suya y mientras unos la tienen tranquila otros no volverían a dormir jamás al asomarse a contemplar los monstruos en ciertas conciencias ajenas. Líderes empresariales como Rafael del Pino nos demuestran que no hay patria en los negocios, no al menos en el sentido de arraigo al país, como tampoco hay amor sino pasión por crecer y amasar mayor fortuna, sin límites y sin rencores. Una pasión e interés desmedido que comparten en gran medida las grandes empresas monopolísticas. Patria es la que uno respeta y defiende con lealtad, signifique lo que signifique. Y patriota es esa señora o señor que, como Mel Gibson en la película que se titula del mismo modo (El patriota) sudaba sangre, sudor y lágrimas por unir a su familia, por encima de cualquier cosa o cualquier bandera. Para el pirata más conocido, el único en España antes de Jack Sparrow, la única patria era la mar. Para Ferrovial también, pero la mar… de dinero.

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