Opinión

Nos han robado las Cajas de Ahorros

Son tan intensos los destrozos que en nuestra vida ha causado -y sigue- la crisis que envueltos en lo urgente, en lo inmediato, en la necesidad de superar cada una de nuestras jornadas preñadas de problemas por encima de cualquier otra cosa, que no nos detenemos a pensar en algunas realidades que sin ser tan espectaculares como otras que se asoman a diario a los medios de comunicación, tienen, sin embargo, sobre todo de cara al futuro, mucha mayor importancia. Por ejemplo, no hemos prestado excesiva atención a algo para mi de enorme profundidad: nos han robado las cajas de ahorro.

No me refiero ahora a los robos que ciertos dirigentes políticos y no políticos han cometido al administrar esas seculares entidades, y que han ocasionado unos desperfectos dinerarios desconocidos por su magnitud -y por su impunidad- en la historia de España. Tampoco al atraco que se ha cometido con muchos impostores, ahorradores, personas modestas que confiaban en sus instituciones, transformando sin su conocimiento o como mínimo sin una explicación suficiente esos dineros guardados, en muchos casos soporte de sus jubilaciones, en un producto financiero de los llamados “estructurados” que ni siquiera entendían bien quienes los vendían por obediencia o por gratificaciones y que se transformaron por obra de esos dirigentes en una gigantesca pérdida para los confiados ahorradores. El descaro ha sido tal que las promesas electorales de soluciones se ha transformado, una vez recuperado el poder, en lo de siempre: olvido de lo prometido, retorno a la regla del Sistema que si por algo se distingue es precisamente por su propia implacabilidad, caiga quien caiga, con tal de los que detentan ese poder, no solo no caigan sino que encuentren mejores puntos de sujeción. Y mientras en este país sigamos siendo súbditos por encima de cualquier otra consideración, nada cambiará, y ellos lo saben a ciencia cierta. Galicia, con esa red clientelar que domina sobre todo el entorno rural, fruto de una historia plagada de viejos señoríos mutados en la modernidad en nuevas formas de poder germinadas en el lamentable dominio de la partitocracia, esa vocación se manifiesta con tanta frecuencia como crudeza, al tiempo que provoca serena pero profunda irritación en quienes, estando obligados a contemplarla, no gustaría para nuestra tierra un mundo mejor.

No, no me refiero a que asesinaran los ahorros de españoles, sean gallegos, andaluces, castellanos, catalanes o de cualquier otra región. Ni siquiera tampoco a que fusilaran nuestra confianza en quienes administraban nuestros dineros en el entorno bancario. Como me dijo en plena campaña electoral del 2012 aquella paisana, de cierta edad, aunque no demasiado avanzada, con la voz suave pero firme, con ese convencimiento galaico en que lo que se siente por dentro no lo modifica ni el apóstol ni Prisciliano, los engaños habían llegado a tal punto, alcanzado tal umbral que ella no volvería a entrar mas en un banco o caja de ahorros, y si lo hacia sería siempre acompañada de un abogado, porque la última vez que penetró sola en una sucursal le dijeron que firmara un papel que no leyó y ahora tenía que soportar que la hubieran convertido en “inversionista” sin comerlo ni beberlo y que esa transformación supuso una pérdida sustancial de los ahorros de toda su vida. Nos robaron incluso esa confianza, pero tampoco a este sector me refiero.

Me concentro en que han destruido un modelo financiero que dio frutos secularmente: Las Cajas de Ahorros, una institución sin ánimo de lucro, cercana al pueblo, edificada sobre la confianza de sus clientes, ajena al sofisticado mundo de los derivados, swaps y demás ingenierías financieras, en donde se vivía la confianza como clima, la tranquilidad como consecuencia, y en el que la avaricia de ganar la última peseta por encima de cualquier otra cosa cedía el lugar a ese sentimiento, quizás tácito pero real, de saber o intuir que los ahorros servirían para que esas cajas financiaran con solvencia y prudencia a quienes deseaban utilizar el dinero de la comunidad en generar riqueza empresarial de la que, de una u otra forma, la propia comunidad sería la beneficiaria.

No dejemos que nos engañen. La culpa no es del modelo de Cajas. La culpa es de los que las han administrado espuriamente, de quienes las utilizaban como banco de sus reinos de taifas, de quienes concebían sus créditos como servicios ad mayor gloriam suam, de quienes financian a medios de comunicación con tal de que cantaran unas alabanzas que en ocasiones no pasan el umbral de miserias y arbitrariedades.¿Saben que la Obra Social conjunta de las Cajas de ahorro era la Fundación mas importante del mundo? ¿Se dan cuenta de que se han eliminado unas enormes cantidades de dinero que venían siendo destinadas a Obra Social complementando en muchos casos de manera eficiente la labor del Sector Público en cuestiones asistenciales? ¿Recuerdan que algunas Universidades y centros culturales o asistenciales han sido posibles gracias a esos dineros que ya no volverán a estar al servicio de la comunidad? Piénselo porque este es el verdadero atraco comunitario. Y si están de acuerdo ¿podríamos intentar recuperarlas?

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