Opinión

Qué inmenso error

El alcalde de Londres, un caballero de mediana edad y cabello prematuramente cano, de raíces hindúes llamado Shadik Khan –hace mucho tiempo que las personalidades a la cabeza de las grandes instituciones del Reino Unido ya no son pecosos y pelirrojos- acaba de reconocer en público que el Brixit es el peor daño que los británicos se han inferido a sí mismos desde los tiempos de Oliver Cromwell. Sospecho que los resultados del estrafalario proceso que colocó al Reino Unido fuera  la parcela de la Unión Europea son más posibles de someterse a la reflexión por los propios habitantes de este singular país compuesto por tres territorios que lo hacen casi todo en conjuntos salvo jugar al fútbol, al rugby y al criquet, pero no hace falta padecer las inclemencias de este estado de cosas aparejado por el Brexit para comprender que un divorcio de esta naturaleza iba a convertirse en una desgracia histórica en muy poco tiempo.
No es fácil entender a los británicos. Tengo amigos entre ellos y una importante parte no solo no entiende cómo han podido dejarse arrastrar por el discurso de ruptura que caló hondo especialmente en las grandes extensiones rurales del país y especialmente entre ingleses y galeses, sino cómo es posible que los responsables de aquel discurso apocalíptico que acabó convenciendo a una mayoría suficiente, se han esfumado tras sembrar la discordia, incitar al divorcio y salir pitando. El círculo se cierra ahora con el nombramiento para incorporarse al gabinete, del primer ministro que sin necesidad de proponerlo ni presión social y política alguna, convocó el referéndum para ganarlo, se equivocó, lo perdió y estas son las consecuencias. El caso es que David Cameron es  hoy el titular de Asuntos Exteriores del gobierno del rey Carlos III y en vez de renunciar a la práctica política  de por vida como redención de su histórico error de cálculo, es hoy el jefe del Foreing Office lo que indica que no solo es en Granada todo posible que decía aquella vieja película, sino también en Londres, cuyo alcalde maldice hoy -con exquisita flema británica eso sí- el día que se separaron del resto de Europa y cuyas consecuencias llevan pagando cinco años cada vez con mayor virulencia. Nigel Farage, el eurodiputado que paradójicamente  incitó a su país a solicitar la separación del conjunto de países comunitarios europeos, no sabe no contesta. Ya ni siquiera preside su propio partido.

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