Opinión

Por dentro

Acabo de leer hace un rato una reflexión expresada por Joël Dicker, el joven y adorado escritor suizo autor de novelas de notable acepción popular como “El enigma de la habitación 622” por ejemplo, a cuenta de la publicación de su último trabajo, “El animal salvaje”, que estoy convencido compraré en cuanto se ponga a la venta. Afirma el escritor en uno de estos comentarios al hilo de su relato, que todos nosotros en algún momento de nuestra vida estamos tentados a hacer el mal.  Y tiene razón. No hace falta que asesines a hachazos a su vecino de apartamento o que atraques un banco tomando rehenes, sino que padeces la tentación de llevar a cabo un acto maligno aunque es incluso muy probable que no lo cometas. Decía Agatha Christie que todo el mundo lleva en su interior un criminal en potencia y, con su apacible aspecto de dama británica tomado el té de las cinco en punto, ella misma se incluía en el lote aunque es de suponer que esos instintos criminales propios se redujeran a los plasmados en un papel, aunque este perfil de venerable anciana dulce y amorosa sentada en su silloncito adornado con manteles de ganchillo y la vista puesta en la campiña de Kent a través de la ventana de su salón, podría ocultar tranquilamente  a su marido de cuerpo presente al que le ha puesto matarratas en su copita de jerez.
Uno, que ha atravesado ciertos  periodos en su vida profesional pendiente de las filias y fobias de algún que otro superior de natural  canallesco, reflexiona profundamente sobre este aspecto celosamente oculto y compartido sin embargo con el resto de sus congéneres, aunque normalmente encerrado bajo siete llaves en lo más hondo de la naturaleza humana,  y reconoce al paso de los años que estuvo tentado, soñó o imaginó brevemente la naturaleza o condición en el que cometería un disparate aunque solo como argumento idealizado y combatiente de sus propias frustraciones y sus más dolorosos instantes  cuando el mordisco de la amargura y la naturaleza de su frustración y desespero le inducían a ello. Es evidente que desear ser malo es una cosa y serlo es otra muy distinta, de modo que en eso está truco y por ello mayormente se resuelve con la imaginación y cesa cuando la agresión también cesa. Aunque no siempre…

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