Opinión

Misión sagrada

Ayer por la mañana lucía un sol estupendo, es muy probable que más brillante aún para los madridistas, que pusimos en marcha el día subyugados aún por la hazaña de Manchester. El Real Madrid volvía a ponerse el mundo de los pronósticos por montera  y se convertía en el único equipo nacional capaz de pasar de ronda en la Champion tras un empate agónico ante el City de Guardiola resuelto finalmente, y tras la prórroga, en la tanda de los penaltis que capitalizaron Lunin en un extremos y Rüdiger en el otro. Ese mismo día en el que el madridismo  salía a la calle convencido de que esto  de ser madridista de toda la vida es una continua y gratificante fiesta, alguien preguntó ante las ondas por el presidente Sánchez y le dijeron que no estaba. Añadieron que lleva no sé cuánto tiempo desaparecido justo desde el día en que se creyó Monsieur de Talleyrand y de la Perigorde, uno de los genios de la política internacional que en el mundo han sido. Pero del mismo modo que a Xavi Hernández se le ha hecho grande el banquillo del club en el que trabaja y ya no atina a otra cosa que a culpar a los árbitros de sus propias necedades –¡ay Negreira cuánto se te añora!- a Sánchez la peluca de rizos que llevaba puesta el poderoso diplomático francés también se le desajusta por todos los lados aunque a él esos desajustes no le produzcan desazón alguna con tal de que le tengan apartado de las tensiones domésticas y a resguardo de contenciosos groseros. Sánchez hizo hace casi un mes la maleta y tomó el olivo, explicando a quien deseara escucharlo que lo suyo ya no está en el problema catalán ni en las elecciones vascas, que su reino anida en las alturas desde las que el Congreso se ve a vista de pájaro, y que una voz llegada del más allá le ha designado como ser humano estrictamente destinado a arreglar el conflicto palestino, trascendental misión que Sánchez ha asumido con la unción con que se afronta un mandato sagrado. 
Desgraciadamente este empeño que puede proporcionarle un lugar de privilegio en los altares de la Historia –España, según sus palabras, va a reconocer el estado palestino aunque lo haga sola- no parece tener muchos entusiastas por el momento y Sánchez recorre el continente predicando en seco. Da igual, solo los elegidos  traspasan la barrera de la inmortalidad. Y él es uno de ellos. 
 

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