Opinión

Fumata blanca

La incógnita se ha despejado y  la España de primeros del nuevo milenio será gobernada -y no es metáfora- por un prófugo de la justicia al que reclaman las altas instancias del ordenamiento jurídico español. Carles Puigdemont, un periodista de cincuenta años huido del país en el maletero de un coche y refugiado en Holanda a costa del erario público, es el nuevo árbitro de la política del país y el dueño de las llaves del Parlamento. Acaba de celebrar su victoria enviado un cáustico mensaje en redes dedicado al rey Felipe, jefe del Estado del país que detesta, del que se quiere separar y que a partir de la fecha va a gestionar: El texto se mofa e insulta a quien se verá obligado a firmar el documento que le exonera de todos sus delitos.  Tanto a él como a los dirigentes independentistas que le acompañaron en su deriva sediciosa. El decreto  se amplía a otros sectores de la disidencia aunque sus detalles están aún por aclararse porque no han sido facilitados despreciando olímpicamente a la ciudadanía. Firmado está pero expuesto públicamente no. El pacto incluye la fecha de 2012 a partir de la cual comenzará a contarse el acto de perdón, la presencia de un relator internacional que vele por el cumplimiento del trato por parte del gobierno español, y la apertura de las negociaciones para un próximo referéndum de autodeterminación que, hoy por hoy, constituye materia prohibida partiendo de nuestro orden constitucional pero evidentemente no lo será cuando se inicie su debate aunque de un modo más prudente habrá que volver a bautizar para que pueda acomodarse a la ley sin necesidad de  organizar mucho jaleo. Todo eso está conforme. A quien beneficiará es secreto.
Este panorama de pesadilla se ha consolidado finalmente en Bruselas donde ha viajado una nutrida representación del PSOE de 2023 –no confundir con el de toda la vida- a cuya cabeza figura para que permanezca inscrito las crónicas futuras un electricista navarro elevado a los altares de la política, llamado Santos Cerdán, cuyos méritos caben sobradamente en un sello de correos. De concejal de su pueblo a secretario general del PSOE. Si Pablo Iglesias pudiera conversar con este enviado especial al reino de Puigdemont que además preside la fundación que lleva su nombre y cuya firma ha legitimado  junto a la de Jordi Turull el acuerdo, estoy por asegurar que no se mostraría muy conciliador ni comprensivo a la hora de recriminarle el disparate que ha protagonizado. Pero Iglesias ya no está y Pedro Sánchez sí. Es nuestra desgraciada penitencia. Habemus Papa.

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