Opinión

Nosotros y los franceses

Nunca han sido nuestras relaciones con el vecino del norte, completamente fluidas. Yo diría que, muy al contrario, raro es el siglo en el que no se han visto enturbiadas por motivos diversos y casi siempre ajenos a nuestra voluntad y mira que es largo el catálogo de razones para alimentar esos desencuentros que se pintan en la Historia de todos los colores. No es fácil entenderse con un pueblo que siempre ha creído ciegamente en su superioridad y que nos ha mirado de centuria en centuria por encima del hombro. Pero esa es la razón telúrica más que cualquier otra de ese vacío emocional que nos separa de los franceses o quizá mejor dicho, que los franceses han ido construyendo para separase de nosotros. Salvo excepciones que las hay, y brotes de amistad a prueba de objetivos políticos y diplomáticos, no les gustamos nada.
Y mira que deberían existir argumentos para  estrecharnos en lugar de mantenernos permanentemente en guardia. Tipos como Victor Hugo vivieron su infancia en España y Maurice Rabel, por ejemplo nos adoraba y se pasaba las horas muertas en el museo del Prado. Pero hay más situaciones que nos separan de las que nos juntan, y en muchos casos la cerrilidad francesa depositada en presidentes de la República que arrugaban la nariz cuando algo les olía a español se han encargado de escarbar en el precipicio y hacerlo más hondo.
Lo de ahora mismo no tiene nombre aunque desgraciadamente no es la primera ni la segunda, ni siquiera la tercera vez que los agricultores franceses acosan y derriban a los transportistas españoles. A estas horas lo están haciendo sin que a los conductores –muchos de ellos empresarios de sus propios camiones- quiera echarles una mano nadie. No lo hace el gobierno francés que ha renunciado a intervenir en un conflicto que los considera precisamente como objetivo final de toda la maniobra y que contempla aterrado. Pero tampoco ha movido un dedo el Gobierno español contemplando impávido a cientos y cientos de camioneros que están presos en una ratonera, muertos de miedo y desamparados ante las iras que están padeciendo y que ni siquiera les dejan volver a casa. Y menos las instituciones europeas que consideran que el problema es doméstico. Las imágenes que nos llegan de las carreteras francesas ponen los pelos de punta pero  nadie va a remediar este desastre. 

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