Opinión

Dolor político

Acabo de saber que la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, atraviesa un  delicado periodo personal porque padece un herpes zóster que le recorre el cuello y  serpentea por la mejilla, lo que debe conducir irremediablemente a una situación de dolor de intensidad considerable. Díaz –y supongo que la corte de médicos que velan por la salud de una figura señera de la política nacional como es ella- atribuyen este padecimiento al estrés al que se ve sometida esta señora tan potente a la que no hay nada que la ponga de espaldas a la lona. Así al menos se lo ha contado a los periodistas que la han asaltado a la salida del Congreso de los Diputados. Quien ha padecido una situación de esta naturaleza, sabe bien lo duro que resulta. A mí me pilló hace algunos años una de estas culebras malditas que me recorrió la cintura y me pilló en Lisboa, y las pasé amargas.

Sin embargo, reconozcámoslo, no se trata de una amargura arrastrada por situaciones indeseables, sino potenciada por su irrefrenable ambición personal, un impulso al que no puede sustraerse y que aquellos que la conocen y que la han seguido desde sus inicios, saben de sobra. Saben y algunos han padecido en su vertiente más indomable. Yolanda Díaz no hace prisioneros en su andadura política. Por eso quienes la conocen en su faceta más severa saben a lo que se exponen. Desde los primeros tiempos en los inicios de su actividad como concejal del ayuntamiento de Ferrol ha sido inmisericorde con aquellos con los que han disputado, y su expediente está cuajado de estas victorias con las que ha ido abriéndose paso por los caminos de la política hasta ahora dejándolo todo perdido de cadáveres Poderosa, atractiva e inmisericorde, habría que preguntarle por sus virtudes en la lucha a Pablo Iglesias, a Irene Montero, a Alberto Garzón o a Jone Belarra entre otros, a los que se ha comido crudos y a los que ha acabado echando. Carmen Calvo cayó en la refriega dejando una vicepresidencia libre que ocupó de inmediato, y Calviño se ha debido quedar nueva rumbo a Europa, ganando cuatro veces más de lo que gana, y perdiéndola de vista para muchos años.

Dicen que sarna con gusto no pica aunque es cierto que el herpes zóster pica que rabia. Va sin embargo incluido en el sueldo y en los riesgos de ese campo de batalla en el que ha elegido  desempeñarse y en el que no es fácil conservar la cabeza. Un herpes parece un mal menor con semejante panorama.

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