Opinión

De la desconocida república

En mi expectante condición de periodista curioso e historiador frustrado, nunca me canso de echar de menos la pormenorización ilustrada y construida a resguardo de filias y fobias, de los antecedentes y fundamentos de la II República española de cuya promulgación se cumplen ochenta y tres años sin que los tratadistas e investigadores hayan conseguido resolver con honestidad y precisión aquellas incógnitas que siguen espinando el camino de un tiempo histórico del país  tan poderoso en su influencia como pésimamente analizado y documentado. No es el único, porque tampoco se ha conseguido destrabar el complejo nudo de inexactitudes y errores de bulto que afecta al primero de ellos, producido en torno a sesenta años antes. Es decir las múltiples circunstancias, expresiones, condiciones, causas y efectos que desencadenaron ambas. Tanto la I República (1873-1874) como la II República (1931-1939) así como situaciones derivadas como la rebelión cantonalista de Cartagena de 1873, siguen siendo las grandes desconocidas de nuestro avatar histórico, y como ejemplo capaz de mover a reflexión, todavía hace muy poco escuché de labios de una personalidad política e intelectual  de cierta trascendencia, que el general Pavía había irrumpido a caballo en el Hemiciclo durante la primera, una estampa radicalmente falsa y absolutamente ridícula que yo creí desterrada desde hacía tiempo.
Sospecho que ese rosario de inexactitudes y lagunas interpretativas que se dan cita en las exploraciones de ambos pasajes históricos participan en el concepto que el país tiene en general del hecho republicano, teniendo en cuenta que, además de haber sido pésimamente descritas, ambas aventuras han finalizado en escandaloso fracaso. La primera duró un año caótico y pródigo en situaciones frenéticas, y la segunda se resolvió con una guerra civil que costó un millón de muertos, de modo que no es fácil apostar por un tercer ensayo y mucho menos mientras la interpretación de lo que significa e implica una república este sometido a la visceralidad y la manipulación a la que se somete especialmente el tratamiento de la segunda. Mientras no nos desvinculemos  de la pesada carga del 36 no estaremos es disposición ni anímica ni política de afrontar  libremente el camino de una tercera. Un apunte solo. La república es solo una fórmula de gobierno. No tiene ideología… y no necesita cambiar una bandera.
 

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