Opinión

De puño y letra

Los fines de ciclo son periodos muy malitos de resolver y la Historia se encarga de recordarlo cada dos por tres. Esta carta, firmada de puño y letra por el presidente Sánchez, cuyo contenido fluctúa entre una relamida declaración sentimental y una incomprensible indignación por el hecho de que los jueces traten de esclarecer si alguien ha cometido delito aunque sea su mujer, inspira más la apariencia de un periodo que se agota que una estrategia premeditada para enjugar las múltiples dificultades de continuidad que se advierten en la acción de gobierno, como creen adivinar algunos exégetas.
En todo caso, –e incluso por algunos errores gramaticales advertidos en el texto- todo parece indicar que su contenido es cosa del presidente y nada más que del presidente, el cual, manteniendo su inveterada costumbre de hacer cosas que nadie había hecho hasta la fecha, se ha empeñado en participar a sus administrados que se va a tomar unos días para pensar si sigue y luego ya lo comunicará cuando lo resuelva en lugar de actuar al contrario como sería lógico. Meditar primero y decir después, que es exactamente lo que hizo Adolfo Suárez apareciendo ante las pantallas de televisión una vez asumido que la única solución leal entonces era irse a casa.
Sánchez ha comunicado al Rey su intención de retirarse unos días a reflexionar sobre su futuro, y se ha ido dejando al país en una especie de limbo nunca antes vivido en el que no se sabe quien administra, quién toma las decisiones y a quién se apela en caso de necesidad perentoria. Todo ello a las puertas de las elecciones catalanas, tras apropiarse en sede parlamentaria de los votos de PNV y Bildu, a los que ha hecho suyos en su debate a cara de perro con la oposición, con la judicatura y la fiscalía enfrentadas a muerte, con un caso de corrupción a gran escala que afecta a su partido, con las escuchas abiertas del caso Pegasus, y con la amenaza de una apertura de diligencias contra su mujer que van a seguir, dimita o no. Y es este último caso donde propone la más imperdonable de sus muchas arbitrariedades. Empecinado en culpar a la derecha y la ultraderecha de una situación que la ley impone a todos los ciudadanos, acusa a los jueces de actuar al dictado de una conjura fascista, poniendo en duda su imparcialidad y su independencia. “A pesar de todo –ha dicho en sede parlamentaria- sigo creyendo en la Justicia”. Basta con escuchar eso.

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