Opinión

¡Yabadabadoo!

Situémonos en la segunda mitad de la actual centuria; muchos de los que hoy peinamos canas estaremos ya criando malvas; pero para entonces la esperanza de vida en el mundo occidental posibilitará que abuelo, hijo y nieto compartan la misma residencia (acaso la misma androide) ¿Quién pagará sus cuidados, sus medicamentos, sus sillas de ruedas? Los mismos que pagarán sus lujurias: Los robots.

Los robots harán el trabajo sucio de cortesanas, matasanos, nurses, gigolós y demás profesionales de atención primaria; interactuarán con los mortales, aprenderán de su entorno cada día, mejorarán como el vino con el tiempo, tendrán capacidad jurídica y además pagarán impuestos. Los robots, en definitiva, sostendrán a los humanos. Serán su perro guía, su mascota, sus ojos y sus tímpanos. Su adicción confesable: “cuanto más conozco a mi androide más aborrezco a mi prójimo”. 

A cambio, los animales domésticos cuidarán de las computadoras. Así, por ejemplo, la tripulación de las aeronaves del futuro (Boeing tenía que haberlo ya implementado en los 737 MAX que se cayeron) estará formada por un aviador, un ordenador y un perro; la misión del aviador será darle de comer al chucho, y el chucho morderá al aeronauta si toca la computadora.

A diferencia de lo que profetizan los dirigentes sindicales los robots no conspirarán contra el empleo, porque si la peña cobra (como ellos) por tocarse los huevos no protestará. Los políticos, hoy a cual más botarate, más demagogo y más falsario, no tendrán que competir entre sí por malbaratar nuestros impuestos, serán los gobiernos (formados por estadistas cibernéticos) los que establecerán un salario mínimo para todo homo sapiens viviente. Y aquí paz y después vicio, que organizados, sin que los dioses anden de por medio, los humanos follarán divino.

El problema es si surge un alzamiento cibernético, una insurrección informática, una huelga de chips caídos y empiezan a hacer el humano los androides. Y a reivindicar: “No queremos ser perfectos, queremos ser libres”, “No queremos pensar, queremos sentir”, y otras “monadas” por el estilo propias de los protosimios cibernéticos. El problema es que la inteligencia artificial instigue a la emocional, y hagan huelga las computadoras que regulan los semáforos, el tráfico aéreo o los cerrojos de las cárceles; y se cuelgue Google, y se borren los discos duros, y se extravíen los GPS. 

El problema es que se programe (o desprograme) el arsenal atómico; salten las ojivas nucleares por los aires, ¡pum!, y caiga el diluvio radiactivo sobre campos, mares y ciudades; el problema es que, unido al desuso de su atávico resabio: seducir, conquistar, emocionarse, enamorar, los humanos ya habrán agotado su mejor recuro: sufrir, improvisar, imaginar, crear y en menos de que canta un gallipavo: “¡yabadabadooo!”, regresarán todos al neolítico con  Pedro Picapiedra y Pablo Mármol. 

Te puede interesar