Opinión

La prostituta y el banquero

Estamos en agosto. En una pequeña población costera la lluvia cae incesante desde hace semanas. La crisis azota la región y el pueblo parece desierto en plena temporada turística. Todos están endeudados. Un forastero milloneti entra en un pequeño hotel del lugar, pone un billete de 100 dólares sobre el mostrador de la recepción y sube a echar un vistazo a las habitaciones.

El dueño del hotel coge el billete y sale corriendo a pagar al carnicero; éste a su vez toma el billete y se va a pagar al criador de cerdos; el criador de cerdos sale a pagar al proveedor de piensos, que a su vez va a liquidar su deuda con el molinero, que a su vez corre en busca de María, la prostituta, a la que hace tiempo no le paga sus servicios que, debido a la crisis, ella también ofrece a crédito. Billete en mano, María sale hacia el pequeño hotel y salda la cuenta que tenía pendiente con el dueño por llevar allí a sus clientes.

En ese momento baja el forastero milloneti de revisar las habitaciones; dice que no le convence ninguna, toma el billete y se va. ¡Nadie ha ganado un céntimo, pero ahora toda la población vive sin deudas y mira el futuro con confianza!

Este texto me lo envían por wasap mis amigos Lucy y Eliseo. Lucy y Eliseo han montado un hermoso camping en Valdomiño; son dos esforzados emprendedores autónomos, esclavos por cuenta propia y negreros de sí mismos, como muchos de los miles de paga-derroches que hay en España. La conclusión es evidente: si le compras a las grandes corporaciones foráneas, el dinero se va fuera del país; pero cuando acudes a las pequeñas y medianas empresas de tu zona, todos salimos ganando.

Este cuento yo ya lo conocía. Hay una nueva versión que quizás desconozcan Lucy y Eliseo: María, la prostituta, no le da los cien dólares al dueño del hotel; se los entrega a un chulo que funge de banquero y que emite un certificado firmado por él con el compromiso de retornarle el dinero cuando se le requiera. Como es un escrupuloso estafador establece un canje del 10% (que significa que solo tendrá en reserva el diez por ciento de lo que preste) y empieza a prestar dinero a las gentes del pueblo. Con solo cien pavos ha logrado firmar mil dólares en certificados de papel, exigiéndoles a los tenedores un interés del 5%. Según pasa el tiempo el prestamista se hace cada vez más milloneti, la gente está cada vez más endeudada y las cuentas de los negocios están a rebosar de certificados sin valor. 

Y colorín colorado, este cuento no ha acabado: Los proxenetas son los bancos.

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