Opinión

El tercer ojo

Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”, escribió el aviador Saint-Exupéry en el Principito, el niño aquel que vivía en un pequeño planeta –el Asteroide B-612- donde pasaba sus días cuidando de una rosa y apartando las semillas de los indeseables baobabs.
En el planeta Tierra muchas féminas, y también algún que otro pelo lindo, tienen la extraña y estrábica manía de taparse un ojo con el pelo. Lo dejan caer primero sobre la frente, al albur de un estudiado estilismo, y luego no paran de remover la testuz para ahuyentar esa inexistente mosca cojonera que al parecer les incordia. Nunca sabré qué intentan trasmitirnos con tal espasmódico ajetreo. De entrada, si te tapas un ojo, a tomar por saco la visión en 3D, el campo visual y la amplitud periférica; que se lo pregunten sino a Polifemo, al que la cenefa del flequillo dejaría tan ciego como la estaca de Ulises. No creo tampoco que tenga nada que ver con los famosos illuminati, el umblicus telúricus, el ojo panóptico, ni el nuevo orden mundial. 
Los ojos del mundo estuvieron estos días puestos en la Cumbre del Clima de Madrid (COP25), pero muchos parecieran tenerlos donde no les da la luz del sol. O sea, en el culo. Y es que la ceguera es el producto final del consumismo. El planeta gira enloquecido hacia la autodestrucción y los políticos siguen haciendo política de postureo: Las “diestras” matando al mensajero: ya sea Javier Barden (por cierto, ¿cineasta viene de cine, o de cinismo?) ya Greta Thunberg, la repipi Niña sueca; y las “siniestras” arrogándose la exclusiva de la cruzada ecologista, enarbolando cuatro slogans y retuiteando cuatrocientas mil paridas desde sus contaminantes smartphones.  
Después está la vieja Europa, muy de: “¡ojito con el medio ambiente!”; pero aún no cerró las centrales térmicas a carbón, aún no revirtió en espacio agropecuario las minas a cielo abierto, aún los plásticos siguen campando por sus demasías, y su espacio aéreo, saturado de aerolíneas de bajo coste, sigue azufrándose como en ningún otro Continente. 
Por último está la gente de a pie. La gente que recicla, pero que compra en las “Rebajas” como si le fuera en ello la vida, que se endeuda para pagar lo que no precisa, que habita en los Centros Comerciales –las cavernas del siglo XXI- donde arden los aires acondicionados y las Visas. 
Todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. Y así vamos. Miramos pero no entendemos. Donde una boa digiere a un elefante, los adultos solo alcanzamos a ver un sombrero. Lo sabía bien “El Principito”. 

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