Opinión

Santo en vida en Vigo

Camilo José Cela fue en Vigo santo en vida, lo que muy pocos antes y después consiguieron. Él mismo acudió a inaugurar la estatua monumental en el parque con su nombre que el Concello va a reformar. Hace de ello algo más de 30 años, tras el Nobel, cuando se encontraba en el top de su fama y reconocimiento. Cela también tenía a esas alturas en Vigo placa -en la casa de Policarpo Sanz donde vivió siendo niño- y calle, en las inmediaciones de Beiramar, al lado de otros premiados como Benavente, Juan Ramón Jiménez o Severo Ochoa. 

Cela era un personaje mediático, bastante antipático y fabulador, que es otra forma de nombrar la mentira como método aunque con gracia. Pero a un artista hay que juzgarle por su obra y al menos tres suma excepcionales, “La Colmena”, “Pascual Duarte” y mi favorita, “Mazurca para dos muertos”, con la Galicia del interior como fondo, una especie de “Ulises” pero al contrario que Joyce, no solo un experimento literario con el que no he podido sino una novela interesante en fondo y forma. Méritos suficientes para que en vida hubiera logrado todos los honores, y en Vigo, incluso más. Pocas personas pueden decir lo mismo. Otra escritora, María Xosé Queizán, ha tenido el mismo privilegio, con un parque en García Barbón, placa incluida. Pero mejor le fue a Rafael Portanet, un hombre autoritario, alcalde en las postrimerías del franquismo, desde 1962 a 1970, que sumó algunas obras en positivo en la mejora de los parques de Castrelos, A Guía y O Castro, aunque se autoconcedió una licencia para la gasolinera de plaza España y otorgó de forma ilegal la concesión de Vitrasa. Dejó a medio hacer una calle que su sucesor, Antonio Ramilo, le dedicó y que ahí sigue.

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