Opinión

Derechos humanos

A todos, en sano juicio, nos compete la lucha diaria para que los derechos humanos sean una realidad entre toda la humanidad. Algo fundamental para la paz y el bienestar social. Pero, por más que hablamos y repetimos la idea, da la impresión de que algunos países ponen sordina a este anhelo y deseo. Una declaración que defiende muchos de los elementos fundacionales del cristianismo y los ejes del Evangelio, como la igualdad, la protección de los desfavorecidos, el acceso de todos a una vida digna... Y recientemente el presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Omella de Barcelona, lo ha recordado. El Día de los Derechos Humanos es una jornada que reivindica la vigencia de esta declaración firmada en 1948, después de dos guerras mundiales y del lanzamiento de las primeras bombas atómicas.

Si alguien defendió los derechos humanos fue Jesucristo. En especial los de los pobres y los más débiles. Imaginemos cómo sería el mundo sin haber vivido Jesucristo y escuchado las Bienaventuranzas, con su testimonio, palabras y ayuda. Omella ha sido muy claro. Porque estamos viviendo en un mundo sumamente confuso con enfrentamientos, guerras y utopías. Incluso los Premios Nobel de la Paz claman como voz en un desierto de luchas e incluso sangre. Muy triste el contemplar cómo se olvidan estos principios y el nulo caso que algunos países hacen a las llamadas de personas sensatas y con prestigio.

Y a lo largo de la historia han existido y existen personajes postergados por su denodada lucha por los derechos humanos, desde Gandhi, Luther King, Mandela o Tagore. Hasta el día de hoy han sido muchos los que en los distintos foros luchan por esos derechos sin obtener una respuesta clara. Desde la ONU se han oído también voces como las de sus secretarios generales y Antonio Guterres últimamente, pero los conflictos siguen y las guerras continúan. Son un ejemplo contundente los problemas del hambre y de la libertad religiosa y de conciencia.

Personalmente entiendo que el hambre existe porque los países así lo permiten. Hay alimentos para todos, pero el problema es la distribución. Se tiran al mar miles de toneladas de alimentos básicos para conservar los precios de mercado. Muy triste cinismo que debiera ser combatido de manera eficiente. El actual papa Francisco lucha desde el primer momento en contra de la pobreza y la inmigración. Puede sonar a demagogia, pero es la realidad más palpitante: mientras se ignoren las medidas para resolver el problema en sus lugares de origen, seguirá el mar siendo el cementerio para algunos pueblos y las pateras el ataúd que les lleva a un incierto lugar.

El mundo tiene que convencerse de que el problema de los derechos humanos es cosa de todos y que, mientras cada país vaya a “lo suyo”, el mundo irá a la deriva. De nada ha servido lo firmado en 1948. Todo papel mojado por mucho que se alardee de sus presupuestos tan laudables. Para nada sirven todas esas declaraciones y el hipócrita festejo año tras año. Quedan muy bien esas celebraciones pero sigue el mundo siendo ese enfermo a la vera del camino como se recoge en el Evangelio. Pasan al lado uno y otro pero el enfermo sigue en la cuneta. Falta que pase un buen samaritano que de verdad le eche una mano, lo cure y lo libere de sus angustias.

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