Opinión

Políticos que olvidan el bien común

Hay políticas del odio, políticas del yo, políticas subterráneas, políticas de apariencias, políticas de gestos y políticas de hechos. Entre otras casi infinitas. Decía el almirante Bismarck que la diferencia entre un político y un estadista es que el primero piensa en las próximas elecciones y el segundo en las próximas generaciones. Casi todos sabemos en qué piensan nuestros políticos y aunque hiciéramos un casting por toda España no encontraríamos ningún estadista. María Jesús Montero, la portavoz del Gobierno, es decir, el Gobierno, hace apenas un mes, con las cifras de contagios todavía disparadas, decía a los ciudadanos catalanes: "¿Ustedes creen que, si no fuera seguro votar, un ministro de Sanidad estaría haciendo campaña? Imposible". Pues esta misma "política" dice ahora -y le acaba de apoyar el candidato socialista por Madrid, Ángel Gabilondo- que es "una verdadera locura convocar elecciones en medio de una pandemia".
Declaraciones como ésta deberían servir para descalificar a un político, pero aquí no pasa nada. En la misma línea, los que se pensaban beneficiar del transfuguismo de un partido, rompiendo el pacto que tenía con otro y sin aviso previo ni consulta interna, califican de tránsfugas a los que, aunque firmaron la moción de censura, han mantenido el pacto. En los partidos, de derechas o de izquierdas, hay tanta democracia como en la peor de las dictaduras. En lugar de pensar en resolver los problemas de los ciudadanos, están permanentemente maquinando cómo hacer la cama al contrario y cómo dañar hasta destruir al adversario. Encerrados en esa burbuja que controlan "los aparatos", piensan más en el marketing y en los réditos electorales que en el bien común. En legislar para el uno por ciento de la población --la eutanasia o el fenómeno trans, por ejemplo-- que en hacerlo para el 99 por ciento restante. "Hemos perdido la noción del bien común", dice el filósofo norteamericano Richard. J Bernstein. Ellos piensan solo en "su" bien común, el de la clase política, aunque esté lejano del de los ciudadanos. "Es letal atizar la polarización e instrumentalizar la pandemia para destruir adversarios", escribía hace poco Adela Cortina. En ese empeño viven.
En ese mal circo televisado que se ha convertido la política española en los últimos años, hay dos gestos que han sucedido fuera de España que me parece que han pasado más inadvertidos de lo deseable. El primero, el de la hermana Ann Un Twang en Myanmar. La monja se arrodilló delante de los policías que iban a masacrar a los manifestantes birmanos que protestan por el golpe militar que ha depuesto a la presidenta Aung San Suu Kyi, y se dirigió a ellos diciendo: "Seguramente tenéis buen corazón; no lo hagáis". Pocos días después, poniendo de nuevo en riesgo su vida, lo volvió a hacer, aunque, en esta ocasión, no pudo impedir los disparos que mataron a dos manifestantes. La democracia --tan mal tratada en España-- es la única luz para ese país como para todos los que quieren vivir en libertad.
El otro gesto ha sido el del Papa Francisco en su visita a Irak para decir a los musulmanes que quieran oírle en la cuna del terrorismo que "no se puede matar en nombre de Dios". Y allí, en esa tierra, Francisco se ha encontrado con el padre de Aylan, el niño de tres años que murió en 2015 en la travesía hacia la libertad, y cuya foto, boca abajo en la orilla de una playa de Turquía, ocupó las portadas de todos los periódicos del mundo. ¿Quién se acuerda hoy de Aylan? Que han hecho los gobernantes del mundo para paliar la tragedia de tantos migrantes que, como Aylan, su madre y y su hermano, siguen huyendo de los ataques de Estado Islámico, de las guerras, de las persecuciones y de las violaciones o, simplemente, de la miseria? ¿En qué piensan los políticos que nos gobiernan? Ya lo dijo Bismarck: en las próximas elecciones.

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