Opinión

Reyes Magos: ¡Traednos ilusión!

Queridos Reyes Magos: Otra vez os escribo, con la misma esperanza, con la misma ilusión, con el mismo optimismo de un niño. Y es que vuelvo a sentirme como tal y vuelvo a vivir en aquella entonces pequeña ciudad de Lugo, donde todos nos conocíamos, y donde la Navidad era una fecha entrañable, pobremente iluminada y frío el ambiente, pero desbordada de calor en nuestras emociones. Creo en vosotros firmemente en el sentido de que vivís en el corazón de los padres y las madres buenas. Sé que son tiempos difíciles y apretados, pero, ¿acaso no siempre lo fueron? Yo me acuerdo de aquella España de la autarquía y la larga postguerra. Nací en 1948, pero se notaban todavía sus efectos: era una España triste. La de hoy es también algo triste por las tensiones del mal entendimiento de la clase política que no nos merecemos. Nos hace falta renovar las ilusiones para seguir residiendo. Os conozco bien. Hace años, en varias ocasiones, estuve tan cerca de vosotros, en concreto de Melchor, en vuestra cabalgata en Vigo, me identifiqué tanto con él que casi puedo decir que era como si fuera yo mismo. Su discurso en la puerta del Sol era casi como si lo pronunciara yo.
Vuestra llegada era un hecho singular y esperado, más que ahora. Os diré por qué. Los españoles vivían sencillamente como podían. Y el dinero era escaso. Las familias humildes como la mía –todavía apenas había clase media- vivían al día, sin que sobrara ni faltara nada, porque nuestras madres eran formidables estirando los salarios de trabajadores comunes, como mi padre, que era ferroviario. A uno, le regalaban algo dos veces al año: primero, en tu cumpleaños, que casi siempre era una caja de lápices o un libro (por cierto, que conservo como un tesoro). Segundo, cuando vosotros veníais Yo os escribía una carta larga, como dando opciones. ¿Dónde habrán ido a parar el caballito de cartón, los camiones de madera, o aquellos coches de hoja de lata? ¡Esos sí que eran juguetes formidables! De todo aquello conservo una vieja escopeta y los indios y vaqueros, supervivientes de las rapiñas de mis primos y de otros que vinieron después de mí. Por cierto, que una de las cosas que nunca faltaba eran un par de cajetillas de Camel de chocolate…
Aquella noche apenas dormías, y tan pronto como podías saltabas de la cama y corrías a la habitación de los abuelos, donde estaban los esperados regalos…¡Qué sencilla felicidad encontrarte con lo que habías pedido –no siempre todo-  y algunas cosas que no esperabas! Yo he procurado transmitir a mis hijos, y ahora mis nietos la misma emoción. El ritual en mi casa es el de siempre. Tengo la suerte de que mis nietos vivan en el mismo edificio, de suerte que, en la mañana del 6 de enero, luego de que hayan visto lo que les han dejado en su casa, suban como un rayo a despertar al abuelo y aporreen la puerta sin consideración para ver lo que les han dejado en esta casa, que es la parte magra de los regalos. Y yo me vuelto niño con ellos. Y luego, el otro rito: el desayuno con chocolate y el roscón de reyes. Así es y así será cuando el abuelo sea sólo una foto en la repisa y el recuerdo.
Yo he procurado que mis hijos, y que ahora mis nietos lleguen a sentir la misma emoción. Pero no es fácil: en esta sociedad de consumo, los niños han perdido el sentido del valor de las cosas porque los adultos no hemos sabido administrar en dos sentidos: que el premio requiere el esfuerzo previo, y los hemos abrumado en cumpleaños, santos y fiestas, con cientos de cachivaches que luego se abandonan. Y se ha perdido hasta el sentido del juego, fuera en casa o en la calle, que antes tenía un sentido social y educativo. Pero no quiero ponerme pesado. Vuelvo a escribiros ahora para pediros, sobre todo, que nos traigáis ilusión. Ilusión para creer que las cosas pueden mejorarse, que todo el mundo pueda vivir la vida digna que merece; para hacer un mundo mejor, para recuperar la fe en el futuro. Para que los hombres y mujeres buenos no se cansen de serlo, para que los que luchan no desfallezcan, para que jueces justos metan en la cárcel a todos los ladrones de guante blanco y que devuelvan lo robado. Ya sé que es mucho pedir, pero vosotros lo podéis todo. Y los hombres y las mujeres de buena voluntad haremos todo lo que podamos.
Insisto, mis queridos Magos de Oriente, ¡traednos ilusión! La necesitamos más que ninguna otra cosa.

Te puede interesar