Opinión

Triunfalismo versus catastrofismo: así es España, señora

O sea, que, mientras la comisión de Justicia del Congreso aprobaba como aprobaba, o sea, la ley más polémica de la democracia, la de amnistía, Pedro Sánchez decía desde Chile que "hay Gobierno para rato", y Feijóo, desde Bucarest, pintaba las cosas muy negras en la España de la amnistía. Triunfalismo versus catastrofismo, que es la dialéctica clásica en este país nuestro; solo que en este caso la pugna se distanciaba trece mil kilómetros entre la visión rosada del futuro y la que trata de mostrar las perspectivas más oscuras. Nada demasiado nuevo, pero lo cierto es que la pregunta está, como nunca ha estado, en la calle: ¿cuánto va a durar esta Legislatura? ¿Tres años, como dicen Sánchez y La Moncloa? ¿Apenas un año, hasta las elecciones catalanas, como señalan algunos, no solo en la oposición y en ciertos observatorios políticos? Personalmente, mi apuesta es...

La verdad es que me siento un poco escéptico al pensar en un horizonte tan lejano como 2027. La situación de inestabilidad total en la que vive España, diga lo que diga el 'superministro' Bolaños, que se ha convertido, cual nuevo Queipo de Llano, en el portavoz de las bondades de la situación, hace muy difícil una pervivencia, en los términos actuales, de tres años: confrontación con los jueces, con una buena parte del poder mediático y económico, con la Cámara Alta, con el Partido Popular Europeo, con al menos —al menos— once autonomías, haciendo imposible una convocatoria de la ya casi extinta Conferencia de presidentes autonómicos, son cuestiones que hacen pensar que el camino no va a ser de rosas precisamente.

Añádase a esto el carácter voluble de los pactos con los independentistas catalanes, que mañana exigirán nuevas y muy caras contraprestaciones, ahora económicas, a cambio de su apoyo. Así, el debate de los Presupuestos se va a convertir en un infierno, pero la amnistía, que se aprobará con toda probabilidad en un pleno del Congreso la semana próxima, tampoco va a ser cuestión pacificada a partir de ese momento; más bien todo lo contrario, la guerra (judicial sobre todo, ha llegado la hora de los jueces; pero también mediática) empieza ahora.

Estando como están las cosas, y arriesgándome a ser encuadrado en algún tipo de 'fachosfera', yo situaría el fin más probable para esta Legislatura tan convulsa en las elecciones catalanas, seguramente en febrero de 2025, tras los presumibles revolcones del PSOE y su socio Sumar en las elecciones europeas de junio. Tanto Puigdemont como su rival interno Aragonès están decididos a ganar la carrera por la presidencia de la Generalitat, una carrera en la que, hoy por hoy, las encuestas dan como ganador al socialista Salvador Illa, contra quien ya ha comenzado el desgaste de la rumorología patria.

Será un momento en el que ya ni a Junts y ni siquiera a Esquerra les convendrá mantener el apoyo a un Sánchez desgastado por los reveses electorales y por cosas como el 'Koldogate', que a saber en qué parará. Ni a Sánchez le convendrá, presumiblemente, seguir concediendo beneficios, tan impopulares en el resto de España, a los dos partidos secesionistas.

Y entonces, en un marco europeo diferente surgido de las euroelecciones —presumiblemente avanzará algo la derecha—, se exacerbarán la pelea y la confrontación entre el triunfalismo gubernamental y el catastrofismo opositor en un terreno, el de 2025, que tendrá ya tintes preelectorales. Reitero: nada nuevo bajo el sol, porque, como dijo aquel político del XIX a una reina algo inquieta por el futuro, 'España es así, señora'. Y ya vemos que, volvamos al escepticismo quevediano, ni con ellos, nuestros políticos actuales, ni sin ellos tienen nuestros males remedio.

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