Opinión

Sánchez remonta, pero no puede ganar

Hay un par de encuestas recientes, quizá tres, que muestran una cierta remontada del PSOE de Pedro Sánchez. Los efectos del 'guardiolismo' extremeño y del aliento endiablado de Vox en la nuca del PP hacen que ambos partidos de la derecha se resientan en las predicciones demoscópicas. Lo que ocurre es que diecinueve días, que son los que nos separan de las urnas, son suficientes para que, en este país de los titulares vertiginosos, se olvide el bochorno extremeño y se instalen los efectos, quizá más beneficiosos para Feijoo, de un 'cara a cara' con Sánchez, que aparece en teoría como más pugnaz que su rival gallego, pero que no estoy seguro de que sea más convincente. Sánchez sin duda puede remontar los peores augurios, que le hacían perder más de veinte escaños: desde luego, no será para tanto, según los últimos estudios. Lo que de ninguna manera puede hacer es ganar. A menos, claro, que despliegue un nuevo 'Gobierno Frankenstein' ampliado incluso a Junts per Cat.

Los expertos con los que tratamos los periodistas consideran que la victoria del PSOE sobre el PP es ahora prácticamente imposible por el previsible reparto de escaños provinciales y por otras 'tecnicalities' derivadas de nuestra loca normativa electoral. Pero, sobre todo, es que se han detectado por una gran parte del electorado los fallos básicos del sistema: escasa conexión entre el Gobierno y el partido que lo sustenta, excesivo personalismo de Sánchez, que parece llevar en solitario, para lo bueno y para lo malo, la campaña. Y, sobre todo, sensación en la ciudadanía de que ahora resultaría casi utópico tratar de revivir aquella 'mayoría de la moción de censura': ni Sumar es Podemos –afortunadamente para Sánchez– ni las cosas están igual con Bildu y con Esquerra, partidos ambos que se enfrentan a sendas elecciones autonómicas no dentro de muchos meses y a los que les afectaría muy negativamente un 'pacto de sujeción' al PSOE.

A todo ello habría que añadir un marco de agotamiento en la gobernación del país. En estos cinco años han ocurrido demasiadas cosas, ha habido que pelear en muchos frentes inéditos –no digo que siempre se haya hecho mal–, se han producido demasiadas irregularidades con las leyes y con las instituciones, se han tomado decisiones quizá acertadas para muchos, pero inaceptables para la opinión pública (los indultos a los implicados en el 'procés', por ejemplo). Y no es que en el bando de enfrente se lancen cada día ideas espectaculares e ilusionantes, ni tampoco existe más conexión entre Feijoo y una mayoría del electorado que la de que el presidente del PP es visto como 'un hombre corriente', lo que, dadas las características cesaristas de Sánchez, ya constituye una diferencia.

Me atrevo, así, independientemente de cuáles sean los deseos del periodista, que ni este debe expresar ni al lector deben importarle, a vaticinar que el parto del acuerdo entre PP y Vox será complicado, tal vez largo, lo que puede demorar bastante la constitución del nuevo Ejecutivo; pero pienso que, aunque Sánchez pelee la 'buena batalla', y a fe que lo está haciendo con uñas y dientes, su destino está ya marcado. Y repito lo de siempre y perdón por lo reiterativo: en el país de las sorpresas, la sorpresa es que no haya alguna sorpresa, aunque a mí esta vez me sorprendería un nuevo vuelco en las previsiones. Un gato solo tiene siete vidas, y Sánchez ya ha agotado muchas de las suyas en política.

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