Opinión

¿Qué pasa en Moscú?

Con más de veinte siglos de distancia, ni Prigozhin puede parecerse a Julio César ni Putin a Pompeyo, pero la comparativa es sugerente. Con una diferencia: así como Julio César pasó el Rubicón ("Alea jacta est") y salió victorioso en la lucha por el poder, el jefe de los mercenarios de Wagner se quedó a media salida cuando marchaba con sus tropas sobre Moscú para perpetrar un golpe de Estado contra su amigo Putin.

Minuto y resultado de la intentona: Prigozhin fuese y no hubo nada, más allá de la desactivación de la intentona golpista y el exilio en Bielorrusia del facineroso jefe paramilitar, al que se ha garantizado el perdón judicial y la ausencia de represalias contra él y sus milicias. Sin embargo, la mayor parte de los analistas coinciden en que estamos al principio del fin del régimen de Vladimir Putin, el hombre que quiso ser Pedro el Grande, salió trasquilado en la guerra de Ucrania y ahora, como escribe Torreblanca, se conforma con no acabar como los Romanov.

De momento, el caso Prigozhin deja claras señales de debilidad en la estructura de poder del Kremlin y dispara la moral de victoria en el lado ucraniano del conflicto bélico ("Que se maten entre ellos", es el estribillo recurrente en Kiev), aunque nuestro deseo disfrace una realidad vedada a quienes vivimos a este lado del mundo civilizado. Un hecho verificado es que, después de lo ocurrido el pasado fin de semana, cuando en Moscú ya habían saltado todas las alarmas ante una posible entrada de los tanques de Wagner, la contraofensiva militar ucraniana se ha reactivado en la zona de Bajmut, en la provincia de Donetsk.

Menos claro está un eventual retroceso en la popularidad de Putin, cuyos índices se han movido en torno al 80%. Los sectores más nacionalistas incluso le reprochan su debilidad. Y en cuanto a los sectores considerados "demócratas" -contrarios a la guerra con el vecino ucraniano- apenas se la cuantifica en un 20% de la ciudadanía.

En todo caso, seguimos sin conocer los verdaderos motivos de la arrancada de caballo y parada de burro protagonizada el pasado fin de semana por Prigozhin. Aparentemente, fue el arrepentimiento de ese absurdo personaje con barriga cervecera que, de repente, descubrió su filantrópica renuncia a derramar "sangre rusa". Pero los iniciados en las cuestiones internas del Kremlin sugieren que Putin chantajeó a su amigo con la amenaza de revelar sus atrocidades y negocios sucios, después de acumular pruebas obtenidas en el registro de la sede de los Wagner en San Petersburgo.

Que el propio Putin hablase de la "disolución del Estado", como un riesgo vinculado a la marcha sobre Moscú de Prigozhin, supone reconocer que la hipótesis está sobre la mesa. Pero, insisto, probablemente es la expresión de un deseo y no el reflejo de una realidad que nunca hemos conocido bien desde esta parte de Europa.

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