Opinión

Rajoy no apaga ningún incendio

Hace tiempo que lo que ocurre en el Partido Popular no tiene nombre; ahora empieza a no tener apellido. O al revés: hay ya tantos nombres y tantos apellidos, que conviene seguir el diario acontecer de Génova y aledaños con una guía de protagonistas para no perderse en la maraña de acusaciones, sospechas, luchas internas, imputaciones y silencios. Las declaraciones del vicealcalde Manuel Cobo, la mano derecha de Gallardón, al diario ‘El País’, han dejado la patata caliente de la penúltima disputa entre Comunidad y Ayuntamiento a una temperatura superior a la admisible y en un terreno complicado. Que el vicealcalde —y miembro de la ejecutiva del partido— diga de la presidenta de la Comunidad —y miembro de la ejecutiva del partido— las cosas que ha dicho y sobre las que se ha reafirmado, no es más que la confirmación pública de los enfrentamientos cainitas en el seno de un PP que se ve cada día más envuelto en una presunta trama de corrupción (si no el partido, sí algunos de sus miembros), con un presidente autonómico como Camps que pese a los apoyos más o menos tibios se sabe en el ojo del huracán y una guerra declarada por el control de Caja Madrid que no resulta especialmente edificante. Cobo ha dicho todo lo que ha dicho sabiendo no sólo dónde lo decía (el diario ‘El País’ del grupo PRISA que libra con Esperanza Aguirre una batalla antigua) sino siendo consciente de hasta dónde podían llegar esas declaraciones en un momento tan delicado para su partido. Y lo ha conseguido. Lo que la gente se pregunta es si este puede ser el mejor camino para lo que se supone que uno se mete en política: ganar. No es fácil entender por qué el PP tiene esa tendencia a complicarse la vida hasta extremos escandalosos. No es fácil entender por que Rajoy ha dejado que llegara hasta donde ha llegado el enfrentamiento en Madrid, ni por que ha mantenido hasta ultima hora a Bárcenas, ni por qué, de alguna forma, liga su futuro al de Camps. En realidad lo que no es fácil de entender es por qué Rajoy sigue al frente de un partido en el que no es capaz de apagar ningún incendio ni por las buenas ni por las malas. A estas alturas la mesa del presidente del PP la habrían tenido que cambiar cinco o seis veces rota por otros tantos puñetazos de don Mariano acompañados por un rotundo ‘hasta aquí hemos llegado’. Pero no. Rajoy es un hombre bueno, demasiado bueno, y ciertamente honrado. Rajoy, estoy seguro, puede ser un buen presidente de Gobierno, pero no sirve para dirigir un partido en la oposición. No pasa nada; no es negativo ni positivo, sencillamente, no sirve: le falta carácter y le sobra buena voluntad. No hay más que echar un vistazo a nuestra reciente historia para darse cuenta: ¿Quién se oponía a González/Guerra? ¿Quién se atrevía a complicar la vida a Aznar? ¿Quién rechista a ZP? Comprenda que esta tesis es nefasta y que yo sería el primero en combatirla y repudiarla: si para organizar un partido democrático ser buena gente es un problema, mejor apagar e irse. Pero la realidad, una vez más, es terca y ahí está el PP solo en su laberinto.

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