Opinión

La fuga del descubridor


La vida de Cristóbal Colón y la de su ego imaginario, Pedro Madruga, es una perpetua fuga. ¿Cómo es posible, se preguntarán algunos, que ambos pudieran convivir sin ser descubiertos? Desde un principio, los reyes pusieron buen cuidado en ocultarles; silenciando no sólo la entrevista del primero en Alcalá de Henares, sino evitando incluso su pública exhibición.

“Se sabe que Colón fue recibido en Barcelona en la segunda mitad del mes de Abril de 1493 -señala el autor Renato Llanas- pero en ninguna crónica barcelonesa, ni en el “Manual de Novell Ardits”, ni en el Diario de la Diputación consta la menor alusión a la llegada del Almirante... .¿Por qué?....¿Es que las autoridades barcelonesas, bastante opuestas a Don Fernando el Católico, temían las consecuencias de la nueva ruta oceánica?”

La romántica imagen de aquellos hechos, narrados con todo lujo de detalles por el P. Las Casas, solo existió en su imaginación. El dominico era entonces un joven estudiante de la escuela catedralicia de Sevilla; no siendo, por tanto, testigo ocular de este episodio. “El recibimiento a Colón (en Barcelona) esta lejos de ser una manifestación tumultuosa y enfervorizada de corte y pueblo -advierte Luis Arránz Márquez- como nos cuentan abundantemente Hernando y Las Casas; la verdadera dimensión debe reducirse a un acto cortesano, importante si, pero nada más. Así lo consideraba el testigo Oviedo, para el que Colón fue “benigna y graciosamente recibido del Rey e de la Reina...”

Desde que Pedro Madruga salió de Galicia para su exilio en Lisboa, a finales de 1479, hasta que empezó a ser conocido como Cristóbal Colón, pasaron casi catorce años. ¿En que medida pueden cambiar los rasgos físicos de una persona durante ese tiempo? Según el padre Las Casas, debido a los muchos trabajos y vejaciones que hubo de soportar, el Almirante encaneció pronto. La imagen de aquel “gigante de pelambre rufa y barba erizada” -tal y como lo describe Federico Sáinz de Robles- difiere notablemente de la que refleja toda la iconografía “colombina” del famoso conde de Camiña, “extraña mezcla de caballero y jayán”. En 1493, Madruga ya no era el mítico “señor de horca y cuchillo del que hablan las crónicas provincianas. Oficialmente no era de este mundo, y desde 1486 su efímera notoriedad dejó de interesarle a los historiadores castellanos; quienes, por otra parte no habían tenido ocasión de conocerle personalmente. Prueba de ello es que su estancia en Alba de Tormes pasó inadvertida, como se demuestra por las dificultades que halló Vasco da Ponte para rehacer su andadura.

¿Quien iba a identificar a Pedro Madruga con el oscuro aventurero recién llegado de los antípodas, cuya falsa ciudadanía genovesa divulgaban a los cuatro vientos los propios reyes de Castilla? “La naturaleza de Cristóbal Colón se silencia de manera sistemática -advierte Rumeu de Armas- o se la encubre con el simple dictado de “extranjero”...¿Qué misterio se oculta tras esta reiterada postura oficial ?”

Los hechos de Pedro Madruga comienzan a magnificarse en pleno siglo XVI. La reseña biográfica a la que podríamos llamar “su primera existencia” (de 1433 a 1486) fue escrita por Vasco da Ponte hacia 1534 (“...cuando ya estaban extintos -decía Francisco Elías de Tejada- los rumores de los rebeldes de más cuenta”), componiendo después el Pseudo- Hernando la segunda parte de la historia. Demasiado tarde, tal vez, para las rectificaciones sustanciales.

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