Opinión

El barreirismo, de Bueu al Gaiás

José María Barreiro ha llegado al Gaiás, la Ciudad de la Cultura de Galicia. Lo ha hecho en estado puro. Él es un ser nacido en la Galicia interior, en Terra de Montes, que mira al mar desde su casa de Cela, en Bueu, sobre la ría de Pontevedra. Oteando Ons, habita la casa de sus cosas y de las de Amparo, el hogar de sus vivencias más creativas, su punto de fuga vital, el eje de todas sus perspectivas, en donde convergen el hombre y el artista, entre su pasado, su presente y su futuro.
Su obra la defino como “barreirismo”, surge de una personalidad, de una inteligencia, de un manantial humano caudaloso en actitudes, pensamientos, sentimientos y criterios, que se conjugan en una conducta y que procuran una actitud inteligente y bondadosa. Como no podía ser de otra forma, sus logos emanan en el hombre y en sus circunstancias, de una vida huellada por otros saberes, adherida de sus visiones particulares, de sus presentimientos y emociones, de la admiración por la obra de los clásicos, de los impresionistas, de los rastros de París, Buenos Aires, Nueva York, Miami, de la influencia de su entorno inmediato..., y también de su formación técnica, espontánea, buscada.
En Barreiro hay un Velázquez, y un Cézanne, y un Matisse, y un Picasso, y un Lugrís, y un Laxeiro, y un anónimo joven pintor de la Place du Tertre en Montmarte; hay un Borges, y un García Márquez, y un Cela, y un Castroviejo, y un Cunqueiro...; hay música de Albinioni, letras de Carlos Gardel o de Cafrune, acordes de Paco de Lucía... y también el gaitero de Soutelo de Montes... Todos concurren en una personalidad excepcional para incorporarse en una obra absolutamente singular.  
Y vuelve la magia, y la ventana que ahora ya no existe más que pintada se reabre de par en par para que el mundo se admire de sí mismo. En un hotel de Egipto, en un rancho californiano, en una galería de Miami, en un museo... un Barreiro es un Barreiro. Cada obra incorpora identidad y es capaz de generar luz y alegría. Eso es quizás el barreireismo, la expresión plástica de un sentimiento grato de la vida, un hallazgo estético que produce placeres visuales y espirituales genuinos, que se hace único en una formulación artística reconocible en el boceto, en los apuntes, en todo dibujo, en cada óleo, en el conjunto de una trayectoria evolutiva.
La obra del creador, del artista, del dibujante, grabador, escultor, ceramista, compositor, diseñador de Forcarei es ya historia del arte. No hace falta que  discurran los siglos para reconocerlo, es suficiente con abrir los ojos y la mente, con desrutinizar tópicos complejos, eliminar prejuicios, depurar trivialidades, considerar el mérito inconmensurable de una trayectoria lucida; es tan sencillo como admirar lo que se nos ofrece.
La magia no se explica, para entenderla hay que acercarse a la costa de Bueu, descubrir por qué las meninas decidieron trasladarse allí para habitar entre palmeras y camelios, para charlar con Laxeiro, Cunqueiro o Castroviejo, entre evocaciones de un pirata; para saborearla hay que fondear en la manantial del jardín, beber una taza de Tinta Femia, del Tinto de Cela, descubrir la fábrica de colores... y entonces abrir, como el gato que a veces aparece en sus cuadros, los ojos a lo que se ofrece enmarcado en una ventana prodigiosa: elevada belleza. Durante un tiempo, hasta abril, esa misma fascinación podemos experimentarla asomándonos a ese balcón de la cultura que ya es el Gaiás.

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