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Aunque él no lo sepa

Borja Oubiña me hace mayor. Aunque él no lo sepa, llevo escribiendo sobre su carrera tantos años como él lleva jugando en el fútbol profesional –y en aquella Tercera que pareció eterna en el filial–. Cuando su forma de pararse –que dirían los argentinos– sobre el campo con las piernas arqueadas como abrazando al rival y su rictus serio desvelaban la decisión, no sólo el deseo, de ser futbolista. Cuando se marchaba del campo enfadado cuando perdía y, también, cuando ganaba de goleada ante un contrario que no le permitía aprender y avanzar.
Aunque él no lo sepa, seguía a distancia su silencioso proceder, su inteligente capacidad para centrarse en el campo y dar naturalidad, que no familiaridad, a todo lo que rodea el fútbol. Su sentido de la responsabilidad que, a pesar de querer ser uno más, le permitía discernir que no lo era y aprovecharlo, cuando era el caso, para el bien común.
Aunque él no lo sepa, admiré su escaso gusto por la admiración ajena. La templanza de un capitán más de ejemplo que de dircurso. La contenida pasión por el fútbol que le ha llevado a respetar enormemente al aficionado sin siquiera acercarse al peligro de sobreactuar ante él. Una distancia gestual, que no sentimental, que ha provocado que no exista una peña en su nombre.
Aunque él no lo sepa, valoré el denodado esfuerzo por enderezar la torcido. La eterna pelea de un futbolista que debutó demasiado tarde en el primer equipo, que perdió su primer partido como titular con él, que descendió en su primera temporada con los mayores y, sobre todo, que tuvo que pasar más de media docena de veces por quirófano. Y todo sin dramatismos.
Aunque él no lo sepa, me alegré de su retorno a la primera línea tras casi cuatro temporadas de compartir vestuario y no fútbol con sus compañeros. Buscando en su rictus casi hierático algún motivo de optimismo en los paseos desde la puerta del vestuario hasta su coche a media mañana, cuando sus compañeros todavía entrenaban sobre el campo.
Aunque él no lo sepa, me enfadé por la gestión de su despedida, por apurar tanto una noticia ya sabida que el merecido adiós de una sentada se convirtió en rumores o meteduras de pata premonitorias.
Aunque él no lo sepa, sobre todo, me recreé en su fútbol, en su don del equilibrio y el pase. Disfruté con él. Aunque él no lo sepa, siempre le he tenido fe. Aunque no lo sepa y, afortunadamente, tampoco le importe. 

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