el vericueto

El fútbol, un lujo para unos pocos

Siempre he tenido la sensación de que uno de los grandes problemas de los políticos –o por lo menos de la vieja clase política– es que formulan leyes y normas destinadas a regir una realidad que conocen poco, mal o de lejos.

Por qué iban a preocuparse por la educación pública si sus hijos van a colegios privados, para qué mejorar la sanidad pública si están satisfecho con su seguro privado, qué más les da congelar las pensiones si realmente no son conscientes de hasta qué punto pueden ser importantes 10 o 20 euros para un anciano que a duras llega a fin de mes. Con el fútbol, y con el Celta, sucede un poco lo mismo. El Celta subió este verano el precio de sus abonos un 20%, aumento que fue todavía más significativo en la renovada Tribuna Baja. Y para Carlos Mouriño, Antonio Chaves o el consejo de administración celeste pagar 50, 100 o 150 euros más por temporada quizás sea una minucia, pero para la gran mayoría de las familias de esta ciudad humilde y trabajadora que es Vigo ese incremento es un golpe en el estómago que les obliga a privarse de otros lujos para seguir arropando a su equipo, que no sólo les toca la cartera sino también el corazón. Porque el fútbol está dejando de ser el deporte del pueblo para convertirse en eso, en un lujo destinado a las élites que dirigen el país, a las élites que dirigen los clubes, a las élites que dirigen la Liga, a las élites que dirigen la UEFA. Esta semana hemos vuelto a comprobarlo. En el partido del próximo jueves contra el Panathinaikos, para cumplir con los requisitos de la UEFA, el Celta desplazará a medio millar de socios de Río de un asiento que han pagado a precio de oro. Las autoridades y los patrocinadores son más importantes para la UEFA y el Celta que los propios aficionados, a quienes arrebatan el buen lugar en el estadio que se han ganado después de años y años pisando Balaídos para acomodar a los vips de turno. Los dirigentes futbolísticos todavía no se han dado cuenta de que no son nadie sin aficionados, de que un club deja de existir en el momento en el que no hay nadie arropándolo. Gane o pierda, con frío o calor, a cubierto o a descubierto; y no sólo en Europa. Como los dirigentes políticos que mienten sin pudor y tratan con displicencia a sus ciudadanos, sin ser conscientes de que el pueblo no está para servirles, sino para ponerlos y quitarlos del sillón que da cobijo a sus posaderas. Y tras la UEFA, llega el derbi, que de nuevo sirve para certificar que la directiva que encabeza Carlos Mouriño no vive en este mundo. Las entradas para el partido contra el Deportivo van desde los 70 hasta los 110 euros. 110 euros, por cierto, para sentarse en la descubierta grada de Tribuna un 23 de octubre, fecha en la que por estos lares es más que probable que llueva. 110 euros por persona, hagan la cuenta si quieren ir en familia a Balaídos. Desde estas líneas, le recomiendo que no lo hagan. Vayan a comer fuera, asistan a un buen concierto, pasen el fin de semana en una casa rural, vayan al cine. Es mucho más razonable, aunque también mucho más triste para aquellos que quieren al Celta. Porque mientras los dirigentes siguen en su mundo, los estadios se van quedando vacíos. Y el fútbol no vive del ladrillo ni de la televisión, por mucho que ésta pague, sino que existe por y para la gente. Sin el pueblo, los que mandan no son nada. Sin la afición, el Celta está destinado a convertirse en un juguete en manos extrañas. O quizás ya lo sea, pero todavía no nos hemos dado cuenta.n

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