Opinión

El partido maldito

La compleja situación política que el independentismo catalán ha introducida en esta España del nuevo siglo, ha acabado convirtiendo la final de la Copa del Rey en un partido maldito del que todo el mundo huye salvo el rey Felipe al que su condición de donante del trofeo le condena a asistir a un encuentro en cuyo palco se siente cada día más solo. En esta edición, ni la alcaldesa de Barcelona ha estado presente ni lo ha estado el presidente de la Generalitat. La primera porque no ha querido hacerlo y el segundo porque aún no ha sido nombrado. Tampoco ha estado la alcaldesa anfitriona de Madrid al parecer de viaje en Costa Rica ni el presidente del FEF porque el cargo está vacante. Ausente también el presidente del Gobierno que ha decidido borrarse de un evento jugado casi de tapadillo para hacerlo cuanto antes y pasar cuanto antes el ya tradicional trago de la pitada al himno, a la bandera y al monarca -que son protocolos obligados desde hace mucho tiempo cuando la final la juega el Barcelona- el señalado para ejercer como referente institucional es el ministro Méndez de Vigo, que sirve a para todo y suele ser el encargado de asumir los tragos menos amables con una sonrisa postiza y los ojos entornados.
Los dirigentes del fútbol nacional han construido para él un ámbito que tiene a los aficionados sumidos en el más profundo despiste hasta el punto de que cuesta enterarse incluso de que competición se está jugando. Esta final de Copa trae tantos inconvenientes que los responsables federativos, tras un primero y complejo proceso de elección del campo que finalmente ha sido el del Atlético de Madrid, han resuelto celebrarla en mitad de una jornada normal del campeonato de Liga que juega la jornada partida y sin dos partidos del programa. Es probablemente una decisión hija del cargadísimo calendario de competición en un año en el que se juega Copa del Mundo, pero probablemente también es el producto de una necesidad. La de amansar lo más posible las consecuencias de un partido cada vez más molesto y desagradable, encanallado por los motivos políticos y necesitado de la aplicación de estrategias de seguridad extremas que necesitan de la movilización de ingentes cantidades de recursos y personal. Pocos quieren este encuentro y solo Cerezo se ha avenido a ser anfitrión de la pugna aprovechando además que su equipo juega fuera de casa.
En definitiva, un auténtico caos que esta reclamando urgentemente una reflexión profunda. A este paso, la copa del Rey está condenada a la desaparición. Y es una pena. Hace años, era un partido estrella. Hoy es un maldito que nadie quiere ver ni en pintura.

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